martes, 12 de septiembre de 2017

La oración es ejercicio de fe

La vida de oración es un constante ejercicio de fe y de una fe que se va purificando para buscar no ya los consuelos y gustos de Dios, sino buscar sólo al Dios de los consuelos, muchas veces en oscuridad.

La fe necesita ser purificada de muchas adherencias y limitaciones por nuestros pecados, para ser una fe reciamente teologal, que únicamente busque a Dios y lo obedezca. Las distintas purificaciones a las que hay que ser sometidos tienden a una fe que busca a Dios "aunque es de noche", una oración que sólo tiene la luz de la fe, la luz que guía.

La oración es un ejercicio de fe teologal que pone en juego cuanto somos (memoria, inteligencia, voluntad) sin detenerse en las flores del camino (los gustos, las luces, el sabor, el consuelo) sino yendo derechamente a Dios por Dios mismo.

Sin este ejercicio, la oración se puede convertir en un refugio egoísta, sentimental, y la fe quedaría siempre pequeña, infantil, expuesta a muchos peligros, entre ellos, el de no entender el Misterio de Dios y derrumbarse ante la perspectiva de cualquier cruz que se presente o se ponga en nuestros hombros.

Muchas supuestas crisis de fe han sido antes crisis de oración, de una oración rutinaria, insuficiente, que no han entrado en el Misterio y abrazado la Cruz, sino que se han consolado, pidiendo favores, sin atención amorosa a Dios.

La fe crece cuando crece la oración. Y ésta, a su vez, es un ejercicio de fe, necesario, imprescindible.

"...en la fe...

Solamente, en nuestro compuesto humano de bautizado, la gracia nos permite entrar en comunión con Dios por la fe ["la fe es el próximo y proporcionado medio al entendimiento para que el alma pueda llegar a la divina unión de amor", S. Juan de la Cruz, 2S 9]. Por lo demás, ya que la oración es un intercambio de amor, hay una doble actividad, la de Dios y la del hombre. Pero si es evidente que la más importante es la de Dios, la nuestra es la primera. ¿En qué consiste? Con la "ayuda general de Dios", o gracia actual, consiste en hacer un acto de fe. La "fides ex auditu" de san Pablo nos lleva a decir que la catequesis es una condición previa necesaria, y que las tres actividades, sensible, intelectual y sobrenatural, son indispensables, pero que únicamente, según la afirmación de san Juan de la Cruz, "la fe nos da y comunica al mismo Dios" (CB 12,4).

Es importante de que estemos bien persuadidos de esta verdad de que "solamente" la fe permite el contacto con Dios. Para convencernos mejor de esto, el santo procede por eliminación de los otros medios que él califica de "alejados" porque no permiten entablar el contacto.

Es así como los "sentidos" no pueden darnos directamente a Dios, porque no hay en la creación más que "vestigios" y no semejanzas "esenciales". Las llama "mensajeros que no saben decirme lo que quiero" (CB 11). En cuanto a la inteligencia, que se mueve en su campo en el mundo de las ideas, no nos da de Dios más que un conocimiento natural, "muy inferior al que Dios nos proporciona en nuestro fin sobrenatural". San Juan de la Cruz nos dice, por medio de una imagen simbólica, que no puede ir más lejos que los "semblantes plateados" que es la formulación dogmática del misterio, pero que no puede penetrar en el "oro de la sustancia" que es Dios mismo. Ahora bien, Dios, el Dios vivo (no una idea sobre Dios) es nuestro fin sobrenatural y la fe nos lo "da". 

La fe tiene, en efecto, el privilegio de penetrar en la vida íntima de Dios, en las profundidades de Dios-Amor; lo hace tomando como apoyo una idea sobre Dios, dada a la inteligencia por la Escritura o la fórmula dogmática; esta idea es como un velo humano en el interior del cual la fe penetra para tocar el misterio divino que este velo expresa adecuadamente.

Que los sentidos no pueden permitirnos alcanzar a Dios inmediatamente, esto apenas hay que demostrarlo porque 'perciben los accidentes o cualidades exteriores de los seres materiales (masa, color, etc.), pero no van más allá. Ahora bien, Dios es puro espíritu'. Que la inteligencia natural no posee este privilegio, importa por el contrario subrayarlo, porque son muchos, al decir de san Juan de la Cruz, los que se equivocan sobre el valor de la meditación que "no sirven más que para principiantes" (L 3,31). Pero escuchemos a nuestro doctor: "cualquiera alma de por ahí con cuatro maravedís de consideración, si siente algunas locuciones de éstas en algún recogimiento, luego lo bautizan todo por de Dios, y suponen que es así, diciendo: "Díjome Dios","respondióme Dios"; y no será así, sino que, como habemos dicho, ellos las más veces se lo dicen" (2S 29,4).

En efecto, añade el santo: "Pero hay algunos entendimientos tan vivos y sutiles que, en estando recogidos en alguna consideración, naturalmente con gran facilidad, discurriendo en conceptos, los van formando en las dichas palabras y razones muy vivas, y piensan, ni más ni menos, que son de Dios, y no es sino el entendimiento, que con la lumbre natural, estando algo libre de la operación de los sentidos, sin otra alguna ayuda sobrenatural puede eso y más. Y de esto hay mucho; y se engañan muchos pensando que es mucha oración y comunicación de Dios y, por eso, o lo escriben o hacen escribir. Y acaecerá que no será nada ni tenga sustancia de alguna virtud y que no sirva más de para envanecerse con esto" (2S 29,8).

Nadie se equivoque aquí con esto, no se trata aquí de una condena de la inteligencia que es un medio para ir a Dios, sino que lo que importa es recordar los límites, afirmando que quedará siempre como un medio alejado, según esta imagen tan expresiva: "De donde, porque el entendimiento no puede saber cómo es Dios, de necesidad ha de caminar a él rendido, no entendiendo" (L 3,49).

Santa Teresa de Jesús pone igualmente la inteligencia discursiva en su sitio: "es bueno discurrir un rato... Mas que no se canse siempre en andar a buscar esto, sino que se esté allí con El, acallado el entendimiento" (V 13,22). Y también: "No os pido ahora que penséis en El ni que saquéis muchos conceptos ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues ¿quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto si no podéis más, a este Señor?... Mirad que no está aguardando otra cosa, como dice a la esposa, sino que le miremos" (C 26,3).

Esta "mirada sencilla" corresponde a la definición de contemplación: 'simplex intuitus". Pero ya no es la inteligencia la que actúa. Está en el recogimiento completo, mientras que la virtud teologal de la fe, que la prolonga estando incorporada sobre ella, la deja en su "sumisión razonable" y toma contacto con Dios, le da a Dios".

(RETORÉ, F., La foi, chemin de l'oraison, en: Communio, ed. francesa, X, 4, juillet-août 1985, pp. 97-100).


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