martes, 22 de agosto de 2017

Donde florece la santidad (Palabras sobre la santidad - XLIII)

Pudiera parecer que para vivir en santidad, y para que maduren los santos, y para que haya muchos brotes de santidad, el ambiente debería ser propicio, favorable, cálido, de manera que pudieran germinar, crecer y dar fruto.

Esa afirmación, o ese pensamiento, haría proclives unos ambientes para el crecimiento de la santidad, y otros ambientes serían contrarios y por eso no dan santos visibles. Pero, ¿no sería confiar entonces única y exclusivamente en los factores humanos, ambientales, y en las propias capacidades humanas? ¿No sería supeditar la santidad a lo exterior, a las circunstancias que rodean la vida? ¿No sería, así pues, confiar más en los factores humanos, en la capacidad humana, incluso en el voluntarismo, que en la acción divina y sobrenatural?

Como la santidad es más lo de Dios que lo del hombre, la gracia que las capacidades y esfuerzos humanos, cualquier ambiente entonces puede ver favorecer la santidad, tanto el ambiente propicio como el adverso, el más cultivo como el más frío o indiferente.

Así hemos de valorar lo externo, lo que nos rodea:

"Todo ambiente, con la gracia del Señor y con buena voluntad, puede ser fértil en santidad: lo bueno ayuda y conforta, lo negativo engendra fortaleza para el alma grande" (Pablo VI, Homilía en la beatificación de Vicente Romano, 17-noviembre-1963).

 La acción de Dios y de su gracia pueden surtir efecto en cualquier alma, en cualquier persona, independientemente de los condicionantes que marcan la propia existencia: una familia fervorosa y creyente, o fría, alejada o contraria; en un ambiente cultural cristiano o en ambientes radicalmente laicistas; con el respaldo de una educación cristiana y una comunidad cristiana de referencia, o a la intemperie de vivir en franca minoría. La santidad puede brotar por la gracia del Señor y la buena voluntad de cooperar y responder a esa gracia.

Lo bueno, lo favorable, que siempre es deseable, puede ayudar, confortar, vigorizar, animar, impulsar; pero lo adverso, lo negativo, puede generar una fortaleza y una resistencia únicas y admirables: ¡pensemos en los mártires bajo tan variados regímenes políticos o Imperios!

No es sano ni realista valorar en demasía la influencia exterior:

"Esto nos indica que no hay que supervalorar las condiciones del ambiente, como si fueran para el alma fuerte, libre y cristiana, indispensables y determinantes: para la virtud y el bien, las positivas; para la mediocridad o el vicio, las negativas; son ciertamente, coeficientes muy importantes y con frecuencia prácticamente influyentes y prevalentes sobre la conducta de la gente ordinaria; no lo son, sin embargo, sobre la del héroe de la virtud, que las domina y personifica, si son buenas, y las resiste, supera y transforma, si son malas" (Ibíd.).

¿Qué lecciones podemos sacar entonces de estos principios?

La primera lección es que la santidad siempre es posible porque depende de la colaboración a la gracia de Dios y no meramente de aquello que, humanamente, sea favorable.

La segunda lección es que la santidad supera las adversidades, la cultura reinante, el ambiente hostil, y se eleva, sobre estos factores, adquiriendo fortaleza, dominio y persevarancia.

En todo lugar, y de mil maneras distintas, la santidad es posible. ¡Dios lo puede todo!, y Dios realiza maravillas en los corazones de sus hijos.

"Es decir, la santidad florece, si Dios ayuda, en todas partes; todo ambiente la puede fermentar, cualquier condición de vida puede serle propicia, cuando el encuentro de las dos voluntades, la divina y la humana,  encienden en la llama victoriosa de la caridad" (Pablo VI, Homilía en la beatificación de Vicente Romano, 17-noviembre-1963).

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