viernes, 23 de junio de 2017

Amando como Cristo nos amó (y II)




Para amar, caminar juntos

            El amor hace que se camine en unidad, juntos hacia una misma meta: la santidad. El amor hace que se camine juntos (en amistad, en fraternidad, en matrimonio) hacia una misma dirección. ¿Y cómo se va caminando juntos?

*         Sentirse uno seguro de sí mismo sin mirar al otro como a un rival o un oponente, sino como compañeros, mutua ayuda. El bien o el éxito del otro es una alegría sincera para el que ama. “Tened sentimientos de humildad unos con otros” (1P 5,1), y, “nada por rivalidad ni por vanagloria, sino todo con humildad... no buscando el propio interés” Flp 2,3ss).

*         El amor verdadero, como siempre está pendiente del otro para servirle, para ayudarle, al caminar juntos, quita las posibles piedras y evita tropiezos. Quiere que el otro haga el camino –la vida misma- lo más agradable y cómodamente posible. Se camina juntos -¡se es uno!- allanando los caminos. Al Señor se le preparan los caminos (“Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”, Mc 1,3), y al mismo tiempo se le sigue (“Sígueme”, Mc 2,14), sabiendo que Él camina junto a cada uno: “nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22). Es así como el Señor nos enseña a amar, compartiendo y caminando juntos.

*         El amor verdadero, caminando con el otro, irá respetando y reconociendo los carismas personales, los valores, apreciándolos y estimulando (el amor jamás ve al otro como un rival); “tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados... Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido (1P 4,8.10).
A medida que caminan juntos más se aman, más se ayudan, más se potencia lo bueno de la persona a la que se ama. El que ama hace que el otro “consiga ser mejor persona”. Y compartiendo esa complementariedad, el amor “se hace fuerte como la muerte” (Cant 8,6).

Para amar, saber hacerse presente

            Ilumina mucho una estrofa del Cántico espiritual de S. Juan de la Cruz:

            “mira que la dolencia
            de amor no se cura
            sino con la presencia y la figura”.

            El que ama “está presente”, se “hace presente” en la vida del otro. Los pequeños detalles lo permiten. ¿Cómo podríamos expresar ese “estar presente”?


-          Es dar espacio y tiempo al otro para que se exprese. Darle todo el tiempo del mundo sin mostrar prisas inoportunas. Hacerle sentir que ese momento es lo más precioso del mundo; estar pacientemente como si nada ni nadie más existieran. Cristo dedica una tarde entera a Juan y Andrés (Jn 1,26-39) o una noche a Nicodemo (Jn 3), ni le importa dedicar un día a convivir con sus discípulos para que le cuenten sus experiencias apostólicas cuando salieron de dos en dos (Mc 6,30-32; Lc 9,10; 10,17-21).

-          Es escuchar (¡saber escuchar!) y acoger con amor la interioridad del otro, sus sentimientos o sus problemas.

-          Estar presente es un movimiento del amor, de mutua y recíproca entrega personal, hasta poderse decir: “estoy contigo”, y el otro lo pueda realmente sentir: “estás conmigo”; incluso en la distancia, “se están presentes”, “estoy contigo”. ¿No es lo que hace Cristo glorioso: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), en su Ascensión? “El alma vive más donde ama que donde anima” (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 11,10).

-          Por la experiencia de estar presente, se da una plena, absoluta confianza. Uno confía plenamente en el otro, no duda, ni desconfía... porque ese estar presente es transparencia del uno con el otro; no hay zonas reservadas, parcelas que no se comunican: plena libertad y transparencia, en el matrimonio, en la familia, en la amistad sincera, en la dirección espiritual.


Finalmente, para aprender a amar, hay que saber comunicarse

                Comunicación no son simples conversaciones, preguntas y respuestas (tantas veces encubierta de curiosidad malsana, sin mortificar). Es poner el corazón y descubrirlo sin temor; es en cierto modo, revelar lo interior en COMUNIÓN. Es, por tanto, algo entrañable y personal, porque es entregar algo sustancialmente mío, que forma parte esencial de mi ser y que no voy mostrando por ahí; pero esas zonas reservadas no tienen puertas ni trampas con aquellos a los que se ama. El egoísta, sintiéndose indefenso jamás lo hará. Sólo quien ama y se sabe amado puede comunicarse, con la seguridad de la discreción y la absoluta reserva. “El hombre perverso provoca querellas; el delator dispersa a los amigos” (Prov 16,28). La discreción, la prudencia, el saber callar es condición del amor auténtico, de la comunicación genuina, y no la charlatanería, o el chismorreo, o la incontinencia verbal de quien no sabe callar nada por imprudente.

La Escritura quiere preservar la comunicación. Diversas sentencias de las Escrituras lo muestran con firmeza:

“El que retiene sus palabras es hombre entendido, el de ánimo reservado es inteligente” (Prov 17,27).

“El que odia la verborrea escapará al mal. No repitas nunca lo que se dice, y en nada sufrirás menoscabo. Ni a amigo ni a enemigo cuentes nada, a menos que sea pecado para ti, no lo descubras... ¿Has oído algo? ¡Quede muerto en ti! ¡Calma, no reventarás!” (Eclo 19,6-10).

Saber amar requiere un aprendizaje y un proceso; el Corazón de Cristo es el lugar formativo-afectivo del hombre. Él es todo amor, donación, entrega “hasta la muerte y muerte de cruz”. Su Palabra, las Escrituras santas, son latidos de su Corazón que nos enseñan a amar, como hemos ido recibiendo en este quinario. Supliquemos, pues, con los textos de la liturgia, suplicando que “encienda en nosotros el fuego de la caridad que nos mueva a unirnos más a Cristo y a reconocerle presente en los hermanos” (OP, Misa para pedir la caridad). “Infúndenos las virtudes del Corazón de tu Hijo e inflámanos con sus mismos sentimientos” (OC Misa votiva Sdo. Corazón), pidiendo “la gracia de parecernos a Cristo en la tierra” (OP Misa votiva).

¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo! Amén.

1 comentario:

  1. Es difícil amar como Él nos amó. Necesitamos pedírselo, suplicárselo.

    Rezo con vd y con todos los lectores: ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo1 Amén.

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