lunes, 22 de agosto de 2016

El salmo 120



                Supongo que a estas alturas de nuestra catequesis diaria, las tres claves de interpretación de los salmos, las tendremos mucho más a la mano, y nos será mucho más fácil ir interpretando e irle sacando contenido a los salmos, que son la materia primera para la oración de la Iglesia, para la oración de cada uno de los hijos de la Iglesia.


                En este sentido el salmo de hoy, el salmo 120, que todos conocemos  y hemos cantado en multitud de celebraciones, lo podemos interpretar, fundamentalmente, como la voz de la Iglesia a Cristo. En este salmo es la Iglesia, y cada alma fiel, la que va dirigiéndose en su oración a Cristo. 
               
                     Canta este bello y conocido salmo:

Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
 

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.



                Dice la Iglesia: “Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio?” ¿Qué montes son estos? 

               Levanta la Iglesia sus ojos de Esposa al monte Tabor donde contempla la gloria de la Transfiguración de Cristo, el poder de Cristo. 

                     Levanta sus ojos la Iglesia hacia el monte del Calvario donde brilla la Cruz por la cual nos viene la vida y la salvación.  

                     “Levanto mis ojos a los montes”, al monte de los Olivos, al monte de la Ascensión del Señor donde contempla que vuelve al Padre constituido como Señor de cielo y tierra. Porque, ¿de dónde sino, nos puede venir el auxilio? Sólo del Señor, sólo de Cristo. 

                          En situaciones extremas la mirada de la Iglesia, la mirada de cada uno de nosotros, se eleva hasta el cielo esperando la salvación, como Elías en la primera lectura. Levantó sus ojos y la providencia de Dios lo alimentó; porque el camino es largo, el Señor le dio el alimento a su siervo.

                Levanta los ojos la Iglesia a su Señor y contempla admirada que el Señor le manda el pan del cielo, el pan de los ángeles, el pan de la Eucaristía. El mismo pan que comió Elías cuando se lo trajeron los cuervos, y eso era sólo imagen, figura, anticipo, del verdadero Pan, el Pan que se consagra en el altar, para que lo comamos dignamente, sin mancha de pecado. El Pan de la Eucaristía para que lo adoremos en el sagrario y en la custodia. Levantamos nuestros ojos al cielo y el Señor nos manda su auxilio, su pan, su Cuerpo, su Presencia. 

                Sabiendo esto, la Iglesia y cada uno de nosotros, camina con seguridad, porque el Señor está pendiente de su Iglesia, está atento a cada uno de nosotros: “No permitirá que resbale nuestro pie”, no duerme el Señor, está siempre pendiente de nosotros, “nos guarda a su sombra,”, “está a nuestra derecha”, cuida de que no nos haga daño “ni el sol ni la luna”,  que nada nos toque porque somos sus predilectos, somos miembros de su cuerpo.  

              “Él nos guarda de todo mal”,  “Él guarda nuestras entradas y salidas” nuestros viajes, la peregrinación de nuestra vida, guarda nuestras entradas y salidas, y Él nos protege.

                Confiada en el Señor, la Iglesia canta este salmo. Oigamos la voz de la Esposa que canta a Cristo Jesús; hagamos también de este salmo nuestra propia plegaria, y confiemos, porque “nuestro auxilio sólo nos puede venir del Señor que hizo el cielo y la tierra”.

1 comentario:

  1. "de día el sol no te hará daño,
    ni la luna de noche"
    En la antigüedad se creía que los rayos de la luna podían ser nocivos, causa de fiebre, de ceguera o incluso de locura; por eso, el Señor nos protege también durante la noche, en las noches de nuestra vida.

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