lunes, 11 de julio de 2016

La oración del cristiano

"El cristiano no reza como los demás; no puede.

No porque su palabra esté limitada al ese acto, en su energía espiritual o en la invención de las palabras, sino porque reza a un Dios que es él mismo, por sí mismo, Palabra -una Palabra que expresa por completo el ser divino.


Porque no hay cristiano sin la primera lección recibida de la Revelación: Dios no es lo divino mudo, el absoluto inefable, inaccesible al lenguaje, o el más allá inexpresable del sentido de sus propias palabras. A un Dios así no se podría orar, más que por un ritual de palabras preparando su eclipsamiento en una luz que se confunde con la noche. Si el verbo está en el principio, si en él se da absolutamente el ser en su origen, esto queire decir que el silencio es ateo, él que pretendía imponer su ley a lo divino. Esta es la alegría de esta primera lección de las "cosas de Dios" enseñada por Dios mismo: su palabra la dice en verdad: él colma en verdad la espera del espíritu que buscaba al Dios desconocido y prejuzgaba con toda la fuerza de su deseo lo que no era el Dios incognoscible.

Las palabras y los actos de Cristo expresan sin la condescendencia de propósitos aleatorios, que serían una irrisoria pseudo-revelación, el ser del Hijo, Fruto único por donde pasa toda la savia paternal. Palabras divinas que incluyen al ser en su perfecta expresión. Es por lo que Cristo no dice otra cosa sino el Padre. Es por lo que, también, no tiene secreto propio para rezarle más que dándose a él en intercambio, manifestando en su rendición amorosa el absoluto don que es él mismo a cambio.



El cristiano confiesa la adopción divina que le constituye como tal al imitar por su oración la oración de Cristo. Jesús no nos enseña a Dios más que enseñando a orar a su Padre, integrando la oblación filial por la que expresa en nosotros divinamente la gloria de Dios por la abnegación de Él mismo. Así el cristiano es como un "pequeño Cristo" cuando su oración es respuesta, acción de gracias.

Recoger todo nuestro ser en lo secreto, crisol de todo fervor para una común oración, es la conversión íntima donde Dios atiende nuestras palabras, en lo más interior de nuestro espíritu. Y esta conversión es la única verdad del silencio en el que se murmuran las primeras palabras con la audacia permitida por el don de la adopción.

El silencio es para la oración, no para la pretendida "superación" hacia lo desconocido. Desde entonces, la menor plegaria contiene todo nuestro espíritu dándose a Dios. Don a cambio del don que somos, del don donde el Creador, con la infinita discreción de su generosidad, se había hecho misterio de nuestro origen, anonimato del don del ser".


BRUAIRE, Claude, "La prière du chrétien", en: Communio, ed. francesa, X,4, juillet-août 1985, pp. 4-5.


Aquí hay importantes afirmaciones que debemos recordar y nunca olvidar:

la oración cristiana es tal oración porque se desarrolla como un Don, por el cual oramos en el Hijo, con el don de ser hijos;

la oración cristiana requiere el silencio para ser una escucha y un diálogo, pero no es el silencio en sí mismo para trascendernos a la nada, a los desconocido, al vacío (propio de filosofías orientales que conducen a la nada).

Orando reconocemos lo que somos, descubrimos nuestro ser, creado por Dios, y nos dirigimos a Él ofreciéndonos.

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