miércoles, 4 de mayo de 2016

Cristo es un Médico divino

Un gran Médico ha venido hasta nosotros porque los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. ¿Quién puede creer que está sano? 


El Señor ha venido porque sabía de nuestra situación real. No ha venido para enseñarnos una moral, o unos compromisos y opciones por la justicia y la solidaridad; no ha venido para darnos un ejemplo ético... sino que ha venido porque necesitábamos una salvación que nadie podía lograr por sí mismo. No era una doctrina para unos pocos, ni un mensaje universal de fraternidad, ni un símbolo de trascendencia: era la Salud, la salvación, la redención, lo que Cristo venía a donar a la humanidad.

Sus milagros y curaciones eran signos de ese "más", de esa salvación que es una necesidad primordial.

"Curando todas las enfermedades y sufrimientos, se revela a sí mismo con los hechos, de tal manera que los judíos pudieran contemplar como presente por sus obras a aquel acerca de quien estaban acostumbrados a leer en los libros de los profetas" (S. Hilario de Poitiers, Com. Ev. San Mateo, 3,6).

Estas curaciones son un signo de su divinidad:

"es visitada [la humanidad] con el contacto de su cuerpo, es curada por el poder del Verbo" (Id., 7,2).

El lenguaje secularizado no llega a expresar el valor y el contenido de las curaciones y milagros, presentándolas como signos y símbolos de la liberación de estructuras, o del compromiso liberador con los pobres. Pero una lectura sin esas lentes que deforman, sin esa aplicación ideológica previa al Evangelio, descubre con normalidad el valor que Cristo les da a esas curaciones como signos y anuncios de la Redención.

"Ponemos en relación esta curación indiscriminada, en la hora vespertina [Mt 8,16: curó a muchos enfermos...], con el concurso de aquellos a quienes enseñó después de su pasión, cuando perdonó los pecados de todos, curó las enfermedades de todos, expulsó las malas inclinaciones de las pasiones que están en nosotros, y tomó sobre sí en la pasión de su cuerpo, según las palabras de los profetas, todas las dolencias de la debilidad humana" (Id., 7,7).

2 comentarios:

  1. Pues, aunque nos parezca extraño, hay por ahí bastantes locos que se creen sanos ¡Que digo sanos! ¡Sanísimos!

    Uno de los signos que caracterizan a nuestra sociedad es el número abundante de personas que se creen inteligentes, guapos, buenos, misericordiosos...y, alguno que otro, hasta santo.

    Por la victoria de Cristo, salva, Señor, a tus redimidos (de las Preces de Vísperas).

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  2. Señor Jesús, Médico divino,
    que en tu vida terrena
    tuviste predilección por los que sufren
    y encomendaste a tus discípulos
    el ministerio de la curación,
    haz que estemos siempre dispuestos
    a aliviar los sufrimientos de nuestros hermanos.

    Haz que cada uno de nosotros,
    consciente de la gran misión que le ha sido confiada,
    se esfuerce por ser siempre instrumento
    de tu amor misericordioso en su servicio diario.
    Ilumina nuestra mente.
    Guía nuestra mano.
    Haz que nuestro corazón sea atento y compasivo.
    Haz que en cada paciente
    sepamos descubrir los rasgos de tu rostro divino.

    Tú, que eres el camino,
    concédenos la gracia de imitarte cada día
    como médicos no sólo del cuerpo
    sino también de toda la persona,
    ayudando a los enfermos
    a recorrer con confianza su camino terreno
    hasta el momento del encuentro contigo.

    Tú, que eres la verdad,
    danos sabiduría y ciencia,
    para penetrar en el misterio del hombre
    y de su destino trascendente,
    mientras nos acercamos a él
    para descubrir las causas del mal
    y para encontrar los remedios oportunos.

    Tú, que eres la vida,
    concédenos anunciar y testimoniar en nuestra profesión
    el "evangelio de la vida",
    comprometiéndonos a defenderla siempre,
    desde la concepción hasta su término natural,
    y a respetar la dignidad de todo ser humano,
    especialmente de los más débiles y necesitados.

    Señor, haznos buenos samaritanos,
    dispuestos a acoger, curar y consolar
    a todos aquellos con quienes nos encontramos
    en nuestro trabajo.

    A ejemplo de los médicos santos que nos han precedido,
    ayúdanos a dar nuestra generosa aportación
    para renovar constantemente las instituciones sanitarias.
    Bendice nuestro estudio y nuestra profesión.
    Ilumina nuestra investigación y nuestra enseñanza.

    Por último, concédenos que,
    habiéndote amado y servido constantemente
    en nuestros hermanos enfermos,
    al final de nuestra peregrinación terrena
    podamos contemplar tu rostro glorioso
    y experimentar el gozo del encuentro contigo,
    en tu reino de alegría y paz infinita.

    Amén.

    San Juan Pablo II

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