miércoles, 27 de abril de 2016

Al resucitar, todo es nuevo

Se abrió el sepulcro que estaba sellado y custodiado por la guardia...

Se abrió el sepulcro, la noche sola fue su testigo, y surgió el Resucitado, la Humanidad glorificada del Verbo, con toda potencia y luminosidad.


Entonces la historia cambió su curso, el tiempo fue capaz de recibir la eternidad, y la creación tuvo una primicia, la materia del cuerpo del Señor, que fue traspasada por el Espíritu.

Ya nada será lo mismo. Algo que estaba anunciado ha empezado ahora a cumplirse. ¡Cielos nuevos y nueva tierra!, a los que corresponde un Hombre nuevo. Este Hombre nuevo es Jesucristo resucitado, glorificado en su carne... y con Él, aquellos que por el bautismo y con la gracia del Espíritu, dejan al hombre viejo y se van revistiendo del nuevo, a imagen de Jesucristo.

La resurrección del Señor no sólo afecta a su persona y a su carne, sino al universo entero, a la creación, a la materia, al tiempo y a todo hombre.

"En el Nuevo Testamento resuenan constantemente las palabras 'creación' y 'nuevo'. 'Recubríos del hombre nuevo que Dios ha creado' (Ef 4,24). 'Transformaos mediante la renovación de vuestra mente' (Rm 12,2). 'Os habéis revestido del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador' (Col 3,10). Quien vive 'en Cristo', es una 'nueva creación' (Gal 6,15; 2Co 5,17). 'Pasó lo viejo, todo es nuevo' (2Co 5,17). Por eso, también debemos 'vivir una vida nueva' (Rm 6,4). Sobre la 'columna' de un nuevo santuario, es decir, sobre el vencedor del combate cristiano, Cristo escribirá el nombre del Padre, pero también el suyo propio y el de la nueva Jerusalén (Ap 3,12), y asimismo al receptor le será dado un 'nuevo nombre', 'que nadie conoce sino el que lo recibe' (Ap 2,17). Lo que san Pablo afirma sobre la nueva Alianza (2Co 5,17), el Apocalipsis lo sitúa al final de la historia: 'Entonces dijo el que está sentado en el trono: Mira que hago nuevas todas las cosas' (Ap 21,5). 'Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva' (21,1).

Lo nuevo es ciertamente obra del Espíritu; pero su obra no es tanto la primera creación -que se atribuye al Padre- como una transformación que equivale a una nueva creación: convertir lo muerto en vivo, lo pasajero en eterno, lo terrenal en celestial. En todo esto hay una muerte y una resurrección, un franquear los límites propios. Pues bien, esto sólo podemos hacerlo con la fuerza del Espíritu. Y, sin embargo, estos actos creadores no se producen sin la colaboración de lo que debe ser transformado. Cristo ha realizado lo nuevo para nosotros. El Espíritu lo pone a nuestra disposición, como un espacio nuevo, abierto; pero nosotros debemos creer, obedecer, dejarnos en sus manos, dejarnos conducir hasta lo alto" (VON BALTHASAR, H. U., Escritos teológicos III. Spiritus Creator, Madrid 2004, pp. 143-144).

La carne de Cristo es la primera en ser convertida en espiritual, pneumatizada. Aquí la materia, lo creado, llega a ser capaz de superar la estrechez de su ser y ser transformada. En la carne comienza la creación nueva, en la carne del Señor Jesucristo.

"El creyente obtiene tantas cosas para contemplar que sólo el Dios trinitario y humanado conoce la palabra resolutiva: rescatar todo lo temporal en la eterndad mediante la resurrección cristiforme de la carne, rescatar todas las superaciones creativas del mundo en la superación realizada por el propio Dios mediante la efusión del Espíritu Santo -ambas cosas para la revelación y gloria del amor de Dios Padre-" (Ibíd., p. 146).

1 comentario:

  1. Como dice Benedicto XVI en su Encíclica Spe Salvi “lo que cotidianamente llamamos vida en verdad no lo es. La verdadera vida es una vida distinta marcada por la presencia definitiva de Nuestro Señor” que hace nuevas todas las cosas. “Nosotros pertenecemos a una sociedad nueva que es el cielo hacia el cual nos dirigimos”.

    Confírmanos en la fe de la victoria final y arraiga en nosotros la esperanza de tu manifestación gloriosa (de las Preces de Laudes).

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