domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Profetas o santos? ¿Profetas y santos? (y III)

Continúa el artículo del card. Garrone sobre "Profetas y santos".

"Sería nocivo pensar que las dificultades actuales constituyen un acontecimiento sin precedentes en la historia de la Iglesia. Pero no lo sería menos el creer que estas dificultades están circunscritas a un sólo sector de la Iglesia. También aquí es inevitable la tentación de juzgar el propio caso como si fuera único. La verdad es que hoy nadie puede eximirse ante el problema y el deber de vivir cristianamente una existencia que no tenga relación alguna con la de las generaciones pasadas.

Cualquier intento de renovación ha de evitar estos dos peligros: el de creer que la Iglesia no ha conocido nunca dificultades de este tipo, y el de creer que somos los únicos en pasarlas.
 
La experiencia del Concilio ha de ser nuestra regla. Bajo el impulso de un Pastor abierto y tranquilamente audaz, la Iglesia ha aceptado reconocer que la distancia que la separaba del mundo amenazaba con ir en aumento. La Iglesia se ha reanimado, se ha interrogado a sí misma larga y solemnemente; ha vuelto a sus propias fuentes, al Evangelio y a la Tradición; se ha repetido a sí misma lo que ya sabía, pero que tenía necesidad de recordar para afrontar el porvenir con el pleno dominio de sus fuerzas y especialmente de su luz.
 
A ejemplo del Concilio, las congregaciones religiosas deben realizar ahora una tarea análoga. Y lo mismo el laicado, las diócesis, los sacerdotes. Cada parcela de la Iglesia debe hacer por su propia cuenta lo que la Iglesia ha realizado en su vértice. Así, pues, lo primero es volver a los datos esenciales: esta es actualmente la primera ley que debe guiar nuestra tarea renovadora.
 
Pero la adhesión a las verdades de la fe está condicionada por un clima determinado. Las palabras de Dios no son las palabras de los hombres. No penetran en el espíritu con la ayuda de las dotes humanas que el hombre puede poseer. El Padre no ha querido revelar a su Hijo a los "sabios y prudentes".
 
Hoy encontramos mil razones para estar turbados. Espontáneamente vienen a nuestra memoria, produciéndonos una especie de angustia, estas palabras del Evangelio: "Cuando el Hijo del hombre vuelva al mundo, ¿encontrará todavía fe?". Es cierto, nos hallamos ante un misterio espiritual. Pero hay algo que podemos observar: es el grado de la oración, signo y expresión esencial de una fe viva. ¿A qué nivel  se encuentra la oración en la Iglesia? Quienes tiene la responsabilidad de suministrar agua potable a una ciudad jamás pueden perder de vista aquel estrato profundo desde donde brotan, ramificándose, los manantiales. Quienes llevan el peso de la Iglesia quedan profundamente turbados al advertir,a  través de tantos signos, el decaimiento que ha sufrido la oración en algunos sacerdotes, embarcados en la acción, deshabituados ya de la adoración eucarística, de la oración y hasta del breviario. ¿Qué será de los fieles, si esto ocurre en sus pastores? ¿Qué podemos esperar de la experimentación, ya en curso, de las nuevas estructuras, si esta búsqueda no ha sido alimentada con la oración ni ha dado las soluciones auspiciadas?
 
Las comunidades religiosas que están intentando renovarse deben saber con toda certeza que sus problemas, que requieren un estudio minucioso, no podrán nunca ser resueltos si su trabajo no se desarrolla dentro de la atmósfera sobrenatural de la fe y de la oración.
 
La Iglesia siente necesidad de los profetas. Pero es más necesario que sienta la urgencia de la santidad. La Iglesia debe fijarse en los modelos que a lo largo de los siglos se han fiado más de la santidad que de las grandes obras externas. Si hace esto, la Iglesia no tendrá nada que temer. Entonces no correrá el riesgo  de desconocer el valor de las paciente investigaciones, de las observaciones y de los estudios que se lleven a cabo; pero tampoco confundirá los instrumentos técnicos con las fuerzas espirituales o, lo que es lo mismo poco más o menos, el fin con los medios. Entonces, sobre todo, estableciéndose permanentemente en la verdad, la Iglesia alcanzará una nueva esperanza.

(Cardenal Gabriel-Marie Garron, "¿Profetas o santos?", Oss Rom, ed. española, 6-abril-1969)

1 comentario:

  1. A mí me turba la pregunta de Cristo "Cuando el Hijo del hombre vuelva al mundo, ¿encontrará todavía fe?" La virtud de la esperanza nos debe alentar ante una Europa que parece renunciar a sus raíces cristianas, aunque la reflexión del Papa Benedicto XVI cuando se refirió a una Iglesia más pequeña pero más fiel, también me preocupan.

    Lleva escrito sobre su manto y en su estandarte este nombre: «Rey de reyes y Señor de señores.» A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos (de las antífonas de Vísperas).

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