sábado, 29 de agosto de 2015

Plegaria: Cristo, verdadero David, ante Goliat

Usando el método patrístico, san Juan de Ávila ve en el pequeño David a nuestro Señor Jesucristo, y en Goliat al pecado, al demonio, que es vencido por la sencillez del Señor en su carne humana.

Nosotros somos librados del pecado por el combate de Cristo, en el cual Él sale vencedor. Dios adiestró las manos de Jesús para el combate, sus dedos para la pelea (cf. Sal 143).


Nada parecía suponer la victoria. Incluso Goliat se burla del pequeño David y se siente ofendido. Pero será el verdadero David, Jesucristo, quien venza.

Oremos y contemplemos.



Cristo nuevo David frente a Goliat


            [Jesucristo] tomando las armas de nuestra bajeza, vistiéndose de carne humana, que, aunque limpia de todo pecado, fue semejante a la carne de pecado (Rm 8,3), pues estuvo sujeta a los sufrimientos y a la muerte que metió el pecado en el mundo.

            Y con estos sufrimientos y la muerte, que tomó sobre sí sin estar obligado, venció y destruyó nuestros pecados, destruidos los cuales, se destruyen los sufrimientos y la muerte, que entraron por ellos; como si uno pegase fuego al tronco de un árbol con las mismas ramas del árbol, y así quemase el tronco y las ramas.

             ¡Cuán engrandecida es, Señor, tu gloria!

            Y ¡con cuánta razón te debemos cantar y alabar mejor que al otro David, pues sales al campo contra Goliat, que ponía en aprieto al pueblo de Dios, sin que hubiera quien lo pudiese vencer, ni siquiera se atreviese a pelear con él en desafío! (cf. 1S 17).

            Pero tú, Señor, nuestro rey y nuestra honra, disimulando las armas de tu omnipotencia y tu vida divina, que en cuanto Dios tienes, peleaste con él; tomando en tus manos el báculo de tu cruz, y en tu santísimo cuerpo cinco piedras, que son las cinco llagas, lo venciste y lo mataste.

            Y aunque fueron cinco las piedras, una sola bastaba para la victoria, porque, aunque pasaras menos de lo que pasaste, había merecimientos en ti para redimirnos.

            Pero tú, Señor, quisiste que tu redención fuese copiosa (cf. Sal 129,7) y que sobrase, para que así fuesen confortados los débiles y encendidos los tibios, viendo el excesivo amor con que padeciste y mataste nuestros pecados, figurados por Goliat, a quien mató David, no con la espada propia, que él llevaría, sino con la misma que tenía el gigante; por lo cual la victoria fue más gloriosa, y el enemigo más deshonrado[1].




[1] S. Juan de Ávila, Audi filia, cap. 22.

1 comentario:

  1. El momento de la vida de Jesús donde, quizás, aparezca más claramente el pecado es, precisamente, su muerte.

    La muerte de Jesús está causada por los pecados del mundo, por el pecado humano. El enfrentamiento de Jesús con la realidad del pecado humano, que tiene fuerza real, se salda con su muerte, victoria provisoria y aparente del pecado. Pero la resurrección de Jesús supone la victoria sobre todo el poder del pecado que había llevado a Cristo a la muerte.

    Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra. Aleluya(de las antífonas de I Vísperas)



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