lunes, 6 de julio de 2015

La Misa del domingo

Cada domingo, el pueblo cristiano que está disperso en el mundo, santificándolo y transformándolo, se reúne, convocado por el Señor resucitado, para la celebración de la Misa. Ese es el corazón de la vida cristiana, el impulso santificador y evangelizador para toda una semana de trabajos y afanes.

En el domingo, reunidos todos, Cristo presente en medio de su Iglesia, retomamos la conciencia de nuestra pertenencia al Señor y de ser miembros de un Cuerpo. Pertenece a nuestra más íntima y radical identidad católica: en el domingo se visibiliza el misterio de la Iglesia en torno a su Señor, viviendo de su Señor. Ante el mundo y ante la sociedad, se manifiesta que hay un pueblo nuevo, una humanidad nueva, que se reúne, adora a Cristo, recibe su Palabra y su Cuerpo y que la Iglesia está viva, siempre viva, porque se nutre de la fuente viva del altar del Señor. Ante el mundo secularizado, aparece una multitud que acuden a sus iglesias para encontrarse con sus hermanos y celebrar la santa Misa.

El domingo pertenece a nuestra esencia cristiana. No es opcional, no depende de las ganas o no que tengamos, ni siquiera del tiempo libre que dispongamos. El domingo robustece la fe y la pertenencia a Cristo.

"Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario:  el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo.

El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros" (Benedicto XVI, Hom. en la clausura del Congreso Eucarístico, Bari, 29-mayo-2005).

En el desierto de la secularización y con las dificultades inherentes de vivir una vida cristiana en ambiente hostil, la Eucaristía del domingo se convierte en un pan riquísimo, suavísimo, imprescindible.

El domingo nos da vida, la vida de Cristo.

No podemos renunciar al domingo, ni prescindir de la Santa Misa dominical, ni vivirla como una carga pesada o aburrida tal vez por no haber descubierto su fuerza y su belleza, ni ausentarnos disminuyendo los miembros vivos de su Cuerpo. Aquí está nuestra vida, nuestra fuente, nuestra identidad, nuestra santificación.


"Debemos redescubrir con orgullo el privilegio de participar en la Eucaristía, que es el sacramento del mundo renovado. La resurrección de Cristo tuvo lugar el primer día de la semana, que en la Escritura es el día de la creación del mundo. Precisamente por eso, la primitiva comunidad cristiana consideraba el domingo como el día en que había iniciado el mundo nuevo, el día en que, con la victoria de Cristo sobre la muerte, había iniciado la nueva creación.

Al congregarse en torno a la mesa eucarística, la comunidad iba formándose como nuevo pueblo de Dios. San Ignacio de Antioquía se refería a los cristianos como "aquellos que han llegado a la nueva esperanza", y los presentaba como personas "que viven según el domingo" ("iuxta dominicam viventes"). Desde esta perspectiva, el obispo antioqueno se preguntaba:  "¿Cómo podríamos vivir sin él, a quien incluso los profetas esperaron?" (Ep. ad Magnesios, 9, 1-2).

"¿Cómo podríamos vivir sin él?". En estas palabras de san Ignacio resuena la afirmación de los mártires de Abitina:  "Sine dominico non possumus". Precisamente de aquí brota nuestra oración:  que también nosotros, los cristianos de hoy, recobremos la conciencia de la importancia decisiva de la celebración dominical y tomemos de la participación en la Eucaristía el impulso necesario para un nuevo empeño en el anuncio de Cristo, "nuestra paz" (Ef 2, 14), al mundo" (ibíd.).
La liturgia del domingo, la Misa dominical, ha de ser especialmente cuidada, reposada, ni lenta ni rápida, sino su propio ritmo espiritual, con buenos lectores, cantos (litúrgicos, no cualquier cosa), suficientes ministros, una buena homilía bien preparada, interioridad, unción al vivir y celebrar. Tal vez sin multiplicar innecesariamente los horarios de misas, sino concentrando a los fieles en buen número para garantizar una celebración dominical solemne, bella y espiritual. En todo se ha de notar que es la gran Eucaristía, la Misa del domingo, para todo el pueblo cristiano.

En esta nueva evangelización en la que estamos embarcados, un punto importante, aunque parezca trivial al principio, será el cuidado de la liturgia de la Misa del domingo, la vivencia del domingo cristiano, fortaleciendo la vida cristiana y la identidad católica.

"La claridad, el fervor, la ejemplaridad y la fuerza misionera de una comunidad cristiana tienen que nacer de la Eucaristía, que es fuente de unidad y de verdad. La celebración dominical de la Eucaristía ha de ser el alimento espiritual de los miembros de la comunidad y la consolidación de la comunidad entera como presencia santificadora del Señor, heredera de su vida y de su misión de salvación universal.

La celebración de la Eucaristía dominical tendría que central el trabajo del equipo pastoral durante todo el fin de semana, para celebrarla sin improvisaciones, con reposo, con atención y receptividad, de modo que sea la oración central, personal y comunitaria, alimento del fervor de los fieles y de la unidad espiritual y visible de la comunidad, el encuentro del Señor con sus discípulos, la confirmación de la fe en el resucitado y la efusión del Espíritu como origen continuo de la misión" (SEBASTIÁN, F., Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, p. 293s).

1 comentario:

  1. No hay equipo pastoral alguno, ni preparación alguna que sustituya lo que nos han arrebatado del Misal.

    Para empezar comenzar la Misa sabiendo que estar allí es pura gracia: "emitte lucem tuam et veritatem tuam, ipsa me deduxerunt et adduxerunt in montem sanctum tuum et in tabernacula tua."

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