jueves, 4 de diciembre de 2014

El prefacio I de Adviento



El primer prefacio se titula “las dos venidas de Cristo”. Su factura es clásica, romana, concisa. Relaciona las dos venidas de Cristo marcando sus diferencias, pero formando parte de un mismo plan de Dios: la historia de la salvación.



En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias…
por Cristo, Señor nuestro.

Quien al venir por vez primera
en la humildad de nuestra carne,
realizó el plan de redención trazado desde antiguo
y nos abrió el camino de la salvación.


            Dos venidas de Cristo: la primera ya se produjo, con absoluta sencillez, en Belén, naciendo de la Virgen María, la segunda, muy distinta, será al final de la historia, el momento último de todo, como confesamos en el Credo: “y vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin”.


            La primera vez “vino en la humildad de nuestra carne”: se rebajó de su condición divina y tomó nuestra condición humana. La humildad verdadera –no la apariencia ni el populismo-, la humildad siempre discreta que pasa desapercibida, marca el ser y el camino de Jesús: se hace hombre, tiene hambre, sed, cansancio… Debe aprender como niño, trabajar como adulto en el taller, morir porque es hombre y la muerte le llegará.

            Hasta tal punto asumió “la humildad de nuestra carne” que se encarna y nace en una familia modesta, trabajadora, sin lujo ni pretensiones, para vivir en una aldea insignificante del Imperio romano. Su mismo nacimiento es pobre: en una cueva-establo, entre bestias…

            “Realizó el plan de redención trazado desde antiguo”: ya con el pecado original, Dios anunció su plan de redención (cf. Gn 3): “pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya, ella te aplastará en la cabeza…” Los profetas y los salmos nos hablan de un Salvador, del Siervo de Yahvé, de un Rey verdadero: palabras y profecías que van desvelando poco a poco ese plan de salvación, señalando a Cristo, el Hijo de Dios, encarnándose.

            “Y nos abrió el camino de la salvación”. Con Adán se cerró el jardín del Edén, el acceso a Dios; con Cristo se abren las puertas del cielo para que tengamos libre acceso a Dios. Él va a realizar la obra de unir a Dios con el hombre siendo Él el Puente (Pontífice) al ser Dios y hombre verdadero. Para lograrlo tenía que nacer, sufrir la pasión, morir en la cruz y resucitar. Y Él lo asume voluntariamente…

            Éste es el tiempo en que vivemos, en que vive la Iglesia: se completó la primera venida de Cristo con su resurrección y ascensión al cielo, su vuelta al Padre. ¡Es el tiempo de la Iglesia! ¿Y mientras? ¡Esperamos su segunda venida!


Para que cuando venga de nuevo
en la majestad de su gloria,
revelando así la plenitud de su obra,
podamos recibir los bienes prometidos,
que ahora, en vigilante espera,
confiamos alcanzar.


            La segunda venida de Cristo será gloriosa: ahí están los anuncios de los Evangelios, de las cartas paulinas y del libro del Apocalipsis. “Todo ojo lo verá”, “vendrá con sus ángeles”, “al son de la trompeta divina”… Se revelará plenamente como Señor de todas las cosas, Rey del universo. Lo escucharemos muchas veces en las lecturas bíblicas que se proclamarán en Adviento.

            Cuando Él vuelva esperamos “recibir los bienes prometidos”: el ciento por uno y la vida eterna, la corona de gloria que no se marchita, la entrada en el Reino, poder sentarnos como comensales en el banquete de bodas del Cordero, la resurrección de nuestra carne -¡por fin glorificada, transformada, espiritualizada!-, la felicidad verdadera, plena e inquebrantable: ¡felices, dichosos, bienaventurados!, etc.

            Estos, y muchos más, son “los bienes prometidos que, ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. ¿Vigilante espera? ¿Acaso estamos suficientemente despejados, despiertos? ¿No ocurre que las más de las veces estamos embotados, con la cabeza en otros menesteres, dormidos como el mundo indolente, para no pensar ni trabajar ni servir? ¿Más dados al mundo y al estilo del mundo que a la vigilancia cristiana, mente despejada, corazón puro? ¿Más a comilonas y bebidas y otros supuestos placeres que a estar viviendo como hijos de la luz, revestidos de Cristo, como dice el Apóstol (cf. Rm 13,13-14)?

            “…Que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar”. Alude, además, a la preciosa parábola de las diez vírgenes (Mt 25) con las lámparas de aceite esperando al Esposo: ojalá nunca nos falte el aceite de la fe, esperanza y caridad; ojalá no nos falte el óleo de la fidelidad… y siempre, en la noche de la historia, aguardemos de verdad a Cristo, el Esposo.

2 comentarios:

  1. "¿Acaso estamos suficientemente despejados, despiertos? ¿No ocurre que las más de las veces estamos embotados, con la cabeza en otros menesteres, dormidos como el mundo indolente, para no pensar ni trabajar ni servir? ¿Más dados al mundo y al estilo del mundo que a la vigilancia cristiana, mente despejada, corazón puro? ¿Más a comilonas y bebidas y otros supuestos placeres que a estar viviendo como hijos de la luz, revestidos de Cristo, como dice el Apóstol (cf. Rm 13,13-14)?"

    Son preguntas muy serias pero que indudablemente es necesario hacerse para alentar la espera vigilante, para no perder el rumbo, para no adormilarnos, para conservar las lámparas llenas de aceite y el alma llena de esperanza, fe y caridad.

    Cuando vengas, Señor, en tu gloria, que podamos salir a tu encuentro y a tu lado vivamos por siempre, dando gracias al Padre en el reino. Amén. (del himno de Vísperas)




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  2. Los dos prefacios de la primera parte del Adviento nos resumen muy bien el sentido de este tiempo y la actitud espiritual con la que somos invitados a vivirlo.

    Dos venidas:La primera, en Belén-“en la humildad de nuestra carne”-. Y la segunda, la que será “en la majestad de su gloria”.

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