jueves, 2 de octubre de 2014

Salmo 112: el Señor se eleva sobre todos los pueblos...

Este salmo 112, “alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor”, era el salmo con el que se inauguraban los cantos en la Cena pascual, por tanto, el primer salmo que cantó Cristo en la Última Cena; también era el salmo con el que el viernes por la noche, en las vísperas, o lo que eran algo parecido a las vísperas, en los hogares del pueblo de Israel se encendían las primeras lámparas saludando al sábado que llegaba. La lámpara la encendía el ama de casa, y mientras toda la familia reunida, cantaba. Este salmo lo cantaba la Santísima Virgen encendiendo las lámparas. El signo de la alabanza, de la bienvenida al Señor, que para el pueblo de Israel venía, se hacía presente, cercano, en el descanso, en el sábado.

    “Alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor”. Dice San Agustín: “se invita a la alabanza, y al invitar a la alabanza, ya se está alabando”. Este alabar que nosotros ya usamos con la palabra “Aleluya” es una invitación y a la vez ya se está realizando la alabanza. “Alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor”. Y se contempla admirado. 

Todo salmo de alabanza suele enumerar acciones de Dios, o suele ir sobreponiendo sentimientos, uno tras otro, contemplando la grandeza y la majestad de Dios. En este caso, el salmo en la primera parte, lo único que dice es “¡qué grande es el Señor!”, y lo dice de distintos modos. Una vez que se ha invitado a la alabanza, sigue: “bendito sea el nombre del Señor”, “de la salida del sol hasta su ocaso”, tanto en la duración  del tiempo, a lo largo de todo el día, como desde Oriente a Occidente, toda la tierra, sea bendecido el nombre del Señor, en todos los hombres, en todos los pueblos.  El Señor, se sigue contemplando admirado, como el sol que se levanta, “el Señor se eleva sobre todos los pueblos su gloria sobre los cielos”. A los salmos les gusta mucho utilizar los elementos de la naturaleza y los aplica al Señor. A Cristo se le llamará “Sol de justicia”, y cantamos en el Benedictus, “nos visitará el sol que nace de lo alto”.
   
Se sigue contemplando admirado: “¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se eleva en su trono y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?” El Señor está pendiente de nosotros. No creamos que se desentiende. Es tan grande, tan inmenso, tan infinito y al mismo tiempo tan pequeño, tan cercano, tan entrañablemente amable nuestro Señor, hasta tal punto “se abaja para mirar al cielo y a la tierra” que en la tierra nace nuestro Señor, Cristo se hace hombre. La mirada de Dios, dice san Juan de la cruz, es una mirada de amor: su mirar es amar y hacer mercedes.

    Y sigue cantando las acciones de Dios: “Levanta del polvo al desvalido”, por tanto, el Señor se compadece de los que sufren, trastoca el orden de todas las cosas. Cambia y trastoca la esterilidad, la vida que no da fruto alguno, en vida fecunda.

¡Alabadlo!

1 comentario:

  1. Este salmo recuerda al cántico de Ana (Libro de Samuel) y, especialmente, al Magnificat de la Virgen, pues en ella se realiza el supremo abajarse de Dios para la máxima elevación del hombre: la Encarnación.

    Como todas sus palabras están impregnadas de sentimientos de confianza, alabanza y alegría, cuando san Mateo dice “Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos”, se me pone la ‘carne de gallina’. Como Jesús, debemos hacer de nuestra vida una constante proclamación y manifestación de la gloria de Dios.

    ¡El nombre del Señor! No debemos olvidar que el nombre, para el pueblo hebreo, era la definición de la persona, por ello hablar del nombre de Dios es designarle a Él mismo como el amado, alabado o santificado y el servicio principal, que nos constituye en comunidad, es la alabanza del nombre de Dios ”desde la salida del sol hasta su ocaso”.

    Dice el Papa Benedicto XVI: “Acaba de resonar, en su sencillez y belleza, el salmo 112, verdadero pórtico a una pequeña colección de salmos que va del 112 al 117, convencionalmente llamada el Hallel egipcio, canto de alabanza que exalta la liberación de la esclavitud del faraón y la alegría de Israel al servir al Señor en libertad en la tierra prometida… La celebración de ese acontecimiento, la pascua judía, se convierte en signo de la liberación del mal en sus múltiples manifestaciones”.

    ¡Aleluya!

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