sábado, 20 de julio de 2013

De la fe nace la alegría verdadera

¿Podría estar triste o angustiado quien se ha encontrado con el Señor resucitado?

¿Podría vencer el pesimismo a quien ha palpado que Cristo vive y vence?

¿Podría ser la tristeza la nota habitual de quien ha recibido el Espíritu Santo?

¿Acaso el mal y el pecado pueden impregnarlo todo? ¿O no es el Señor quien lo domina todo?


La fe, don sobrenatural, suscita la esperanza auténtica, y de ahí a la alegría, don del Espíritu Santo, hay un pequeñísimo paso. La existencia creyente se acompasa por el fruto espiritual de una alegría, de un gozo, que nadie nos puede arrebatar porque su origen es el Señor que está vivo y actuante, salvando y redimiendo, santificando.

Muchas pueden ser las dificultades y hasta las persecuciones; grande el pecado que nos abate o que parece triunfar en la mundanidad, pero ni el pesimismo ni la angustia pueden hallar cobijo en el corazón cristiano.

Ciertamente es una alegría distinta y superior, alejada de la superficialidad de quien está vacío; ni tampoco es el optimismo ingenuo que ignora la verdad y proyecta una realidad desde una febril imaginación. La alegría que brota de Cristo y nos da el Espíritu Santo es realista, serena, pacífica, eficaz. 

La fe nos conduce a la alegría, la fe es alegre, gozosa, y su premio es la bienaventuranza, o sea, la felicidad, la dicha, la sonrisa eterna.



Aquí nos encontramos cómo la fe da un tono y una pauta constante a nuestro vivir en cristiano. Vivir la fe -y renovarla- es vivir en la alegría nueva del Señor.

"La vida cristiana no puede existir sin alegría.

Si el desarrollo de la vida cristiana comprende otras notas, otras lecciones, además de la alegría (comprende la cruz, la renuncia, la mortificación, el arrepentimiento, el dolor, el sacrificio, etc.), no está privada de consuelo, de una animación profunda, de un gozo, que no debería nunca faltar, y no falta nunca cuando nuestra alma está en gracia de Dios.

Cuando Dios está con nosotros, ¿podemos estar tristes?

¿Podemos sentir amargura y desesperación? No: la alegría de Dios debe ser siempre, al menos en el fondo, una prerrogativa del alma.

Un escritor moderno católico observa: "he conocido jóvenes de familias cristianas muy fervientes que decían a sus padres: 'Es duro ser católico', y la respuesta era: '¡Oh sí!, es duro, siempre privaciones; es una religión triste'. Recordamos el famoso apóstrofe de Nietzsche, que reprobaba a los cristianos pretender ser 'hombres salvados y, en cambio, comportarse muy poco como tales'" (J. Leclercq, "Croire en J.C.", p. 21).

Sí, nosotros los cristianos no deberíamos sentirnos más desdichados que los demás por haber aceptado llevar el yugo de Cristo: ese yugo que Él lleva con nosotros y que por ello lo llama "suave y ligero" (Mt 11,30); sino más dichosos, precisamente porque tenemos motivos magníficos y seguros para estarlo. La salvación que Cristo nos ha merecido, y con ella la luz sobre los más arduos problemas de nuestra existencia, nos autoriza a mirarlo todo con optimismo.

Nosotros estamos en mejores condiciones que los ciegos ante la luz evangélica, para mirar el panorama del mundo y de la vida con gozosa admiración y disfrutar de cuanto nos dispensa la existencia, incluso de las pruebas que tanto abundan en ella, con una serenidad consciente y sabia. El cristiano es afortunado. El cristiano sabe encontrar las razones de la bondad de Dios en cada acontecimiento, en cada situación de la historia y de la experiencia; y sabe que "todas las cosas se resuelven bien para aquellos que viven en la benevolencia de Dios" (cf. Rm 8,28). El cristiano debe dar siempre testimonio de una seguridad superior, que permita a los demás entrever de dónde saca esa serena superioridad espiritual: de la alegría de Cristo.

Hoy, afortunadamente, esta actitud de alegre vigor se va difundiendo entre los cristianos modernos; son más desenvueltos y más alegres que antes; y está bien. Pero con una condición que les preserve de caer en un naturalismo triunfalista, pronto a convertirse en pagano e ilusorio; la condición está en que saque de la fe, y no sólo de las afortunadas contingencias del bienestar temporal, la alegría interior y la serenidad exterior. Cristo es nuestra felicidad"

(Pablo VI, Audiencia general,17-abril-1968).

2 comentarios:

  1. Padre, me da por pensar que esa alegría es Gracia de DIOS. Gracia que actúa. Sigo rezando. DIOS les bendiga.

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  2. “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro origen”. El Papa Pablo VI, en medio de las difíciles circunstancias de su papado, rechazo de la Encíclica Humanae vitae por un sector de la Iglesia (obispos, sacerdotes, consagrados y seglares) y crisis de deserción de los años setenta, publica la Exhortación Gaudete in Domino en 1975 para hablarnos, no del entusiasmo pasajero, sino del gozo más allá de las circunstancias pues Cristo vive en una permanente alegría: "El Padre me conoce, y yo conozco al Padre”; la fuente de su gozo. Este hecho debe hacernos pensar en el significado de la alegría cristiana, el misterio de la cruz y la alegría.

    Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté dentro de vosotros, y vuestra alegría sea completa… vuestra tristeza se cambiará en alegría. Así también vosotros estáis ahora tristes, pero yo os veré otra vez y vuestro corazón se alegrará, y nadie os quitará ya vuestra alegría. (Jn 15,22). “Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa”. (1ª Jn).

    No se trata de cualquier alegría; nos habla Jesús de tres tipos básicos de alegría. La alegría del mundo, vana, cuando no excluyente, pasajera. La alegría del encuentro con Jesús, el comienzo de la conversión, el entusiasmo, la alegría de los milagros, la alegría de sentirse tocado por el amor de Dios, que es buena pero no permanente pues el entusiasmo no dura, se resquebraja en los momentos de prueba, tal y como en la noche de Getsemani se resquebrajó en los discípulos. Y la verdadera alegría, la que tiene aroma de pascua; “yo os veré”: no se trata de aceptarle como a una visita sino de abrirle la puerta para que se quede, para que se convierta en mi vida; la única alegría que permanece.

    "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.

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