miércoles, 13 de marzo de 2013

Perdónanos (VII)

El criterio máximo de verificación para saber si el Evangelio lo hemos interiorizado suficientemente, es siempre la capacidad de perdonar y el perdón ofrecido.

El perdón es la nota distintiva y casi última de todo el Evangelio; quien perdona, es que vive el Evangelio y lo entiende, quien no perdona, se ha quedado en la periferia del cristianismo.


Un perdón, lo sabemos, sin límites porque la caridad perdona sin límites, disculpa sin límites, aguanta sin límites. Un perdón, lo recordamos, hasta el extremo como el que Cristo dio a sus propios verdugos.

Pedimos el perdón a Dios porque perdonamos, pedimos el perdón a Dios porque antes hemos perdonado. Y si la Iglesia es signo e instrumento de la comunión con Dios y de la reconciliación entre sí, viviremos eclesiamente si potenciamos la capacidad de reconciliar perdonando generosamente y sin condiciones ni reservas mentales.

La catequesis de la Iglesia educa en el perdón. Pero educa también, y primero, en reconocer los propios pecados, dolerse de ellos y arrepentirse, impetrando de Dios misericordia y perdón. Sólo sabiéndonos pecadores de verdad podremos compadecernos de los pecados de los demás y perdonar el daño que nos han causado.

El primer paso de la catequesis es reconocer sinceramente por qué y de qué hemos de pedir perdón a Dios.


"n. 11. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Tampoco en esta petición es necesario explicar que pedimos por nosotros. Pedimos que se nos perdonen nuestras deudas. Tenemos deudas, no de dinero, sino de pecados. Diréis ahora, tal vez: "¿También vosotros?" Respondemos: "También nosotros". "¿También vosotros, obispos santos, tenéis deudas?" "También nosotros las tenemos". "¿También vosotros? Líbrete de ello Dios, señor [obispo]. No te hagas esta injuria". "No me hago ninguna injuria, sino que digo la verdad. Tenemos deudas". Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Aunque estamos bautizados, tenemos deudas. No porque quedase algo sin perdonar en el bautismo, sino porque al vivir contraemos otras que se nos han de perdonar cada día.

Quienes mueren luego de ser bautizados, sin deuda alguna suben a Dios, sin deuda alguna se van. Quienes después de bautizados siguen en esta vida, contraen algo debido a su fragilidad mortal, lo cual, aunque no llegue a causar el naufragio, conviene, no obstante, que sea achicado. Porque si en una nave no se achica el agua, poco a poco penetra tanta cuanto se precisa para que se hunda. Esto es orar: achica el agua. Pero no sólo debemos orar; hay que dar también limosna, porque cuando se achica el agua para evitar el naufragio de la nave, se actúa con la voz y con las manos. Actuamos con la voz cuando hacemos esto otro: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Actuamos con las manos cuando hacemos esto otro: Parte tu pan con el hambriento y alberga en tu casa al necesitado sin techo. Guarda la limosna en el corazón del pobre y ella misma orará por ti al Señor.

n. 12. Aunque por el lavado de la regeneración se nos perdonaron todos los pecados, nos hallaríamos en grandes angustias si no se nos otorgase la purificación cotidiana de la santa oración. La limosna y la oración nos purifican de los pecados siempre que no se cometan aquellos que nos separan necesariamente del pan cotidiano, es decir, evitando aquellas deudas a las que se debe una condena segura y severa. No quiero que os consideréis justos, como si no tuvierais que decir: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Aun absteniéndonos de la idolatría, de la astrología y hechicerías; aun alejándonos de los engaños de los herejes y las divisiones cismáticas; aun sin cometer homicidios, adulterios y fornicaciones , hurtos y rapiñas, falsos testimonios y otras cosas -y no me refiero a aquellas que conducen a la muerte, que exige necesariamente la separación del altar y ataduras aquí en la tierra que conllevan otras en el cielo, de efectos peligrosísimos y mortíferos, a no ser que desatadas en la tierra se desaten también en el cielo-; aun absteniéndonos de todo lo dicho, no le faltan al hombre modos de pecar.

Quien ve con agrado lo que no le conviene, peca. ¿Y quién es capaz de dominar la velocidad del ojo? Los ojos, si quisieras, pueden cerrarse y se cierran al instante. Cerrar los oídos exige más esfuerzo: has de levantar las manos y llegarlas hasta ellos; y si alguno te las sujeta, quedan abiertos y no podrás cerrarlos a palabras maldicientes, impuras, aduladoras y engañosas. ¿No pecas, acaso, con el oído cuando oyes algo que no te conviene, aunque no llegues a realizarlo? Oyes con agrado alguna cosa mala. ¿Cuántos pecados comete la lengua mortífera? A veces son tales que a quien los cometió se le separa del altar. A la lengua pertenece cuanto se relaciona con las blasfemias y muchas otras cosas insulsas que no vienen a cuento. No haga nada malo la mano; no corra el pie tras mal alguno; no se vaya el ojo tras la impureza; no se abra con agrado el oído a la palabra torpe; no se mueve la lengua para nada inconveniente. 

Ahora dime: los pensamientos, ¿quién los controla? Hermanos míos, con frecuencia, al orar estamos pensando en otras cosas, como olvidándonos de la persona en cuya presencia nos hallamos o ante quien estamos postrados.

Si todas estas faltas se acumulan contra nosotros, ¿acaso no nos oprimen por el hecho de ser pequeñas? ¿Qué te importa que te aplaste el plomo o la arena? El plomo es una masa compacta; la arena se forma de granos pequeños, pero su muchedumbre te aplasta igualmente. También estos pecados son de poca importancia, pero ¿no ves que los ríos se llenan de menudas gotas de agua y arrasan los campos? Son pequeños, pero son muchos".

(S. Agustín, Serm. 56, 11-12).

4 comentarios:

  1. Buenos días don Javier. El perdón es el tema central del encuentro con Jesús y la medida de nuestra adhesión como cristianos. Siempre puedo profundizar en el perdón que alberga mi corazón y purificarlo de todo lo que no sea Amor, el agua bendita me ayuda mucho.Un abrazo.

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  2. Orar el Padre Nuestro con el corazón de Jesús al llegar a esta petición es bastante difícil, no sólo porque la petición se somete a condición sino sobre todo porque no vale decir “pequé y ahora Dios me perdona y todo arreglado”. Quitar un ofeilemata es restaurar la confianza, la alegría, la libre y abierta comunicación de modo que el amor mutuo fluya con naturalidad. Tal hizo el amor obediente de Jesús al Padre removiendo los obstáculos para el cumplimiento de la voluntad divina en los hombres.

    Leyendo a san Agustín he recordado unas reflexiones, tomadas de un libro de Alfonso Rey, sobre un elenco de actitudes y defectos en los que suelen incurrir las buenas personas, Podrán ocupar dos folios y dice el autor: “Después de esta relación meramente ejemplificativa, ¿continuaréis pensando algunos que todavía es difícil hallar -aun sin emplear demasiado tiempo-, cinco, seis, siete o diez pecados o defectos gordos de los que acusaros? Y si fuese así, ¿no sería cosa de ir pensando en introducir vuestro proceso de canonización?”

    En oración ¡Qué Dios les bendiga

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    1. Antes de conocer su nombre: ¡Gracias, Señor! ¡Viva el Papa!

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  3. Acabo de confesar, no cabe mayor alegría. De mi perdón no puedo decir lo mismo. La vida me va en conseguirlo. Alabado sea DIOS.
    Una vez más, muchas gracias, Padre. Sigo rezando

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