martes, 25 de enero de 2011

Conversión de san Pablo

El impetuoso y convencido Saulo no podía esperar que en el camino de Damasco ocurriera el encuentro y la llamada con el Señor Resucitado que iba a cambiar por completo su vida. Él, el perseguidor, iba a ser constituido en el misionero y portavoz de la Palabra para construir. ¡Dios irrumpe en la vida de los hombres!

Esta conversión, realmente providencial para la extensión del cristianismo, saca lo mejor de Saulo para ponerlo al servicio del Señor. Si Saulo era impetuoso, constante, valiente, audaz, en las tradiciones farisaicas y en la defensa de la fe de Israel -como él mismo se describe-, el nuevo Pablo, ahora con una causa mayor y más hermosa, tendrá el ímpetu y el celo misionero de quien ha descubierto realmente el tesoro enterrado y la perla escondida. Ha descubierto a Cristo (para ser más precisos, Cristo se le ha descubierto a él) y todo ha cambiado de una forma tan maravillosa que no puede dejar de anunciarlo, de predicarlo, de llamar a todos al encuentro con el Señor. ¡Todo era basura!, comparado con el conocimiento de Cristo Jesús, su Señor. Por eso sale a los caminos, a los puertos y ciudades, para anunciar el Evangelio. Sufre si alguien no lo conoce, siente de veras que muchos no hayan llegado al conocimiento pleno de Cristo.

Esa es la experiencia de san Pablo pero también de todos los conversos que en la historia de la Iglesia han concurrido. Tienen un celo grande, un ímpetu desbordante, que les impulsa constantemente desde el momento en que han conocido a Cristo y se han entregado a él. La experiencia del amor de Dios en sus vidas ha sido determinante para entregarse al Amor. Ya no comprenden cómo pudieron vivir años y años sin responder a ese Amor, sin conocer a Cristo. Por esa razón todos los conversos son ardientes, dinámicos, son fuego puro.

¡Benditos ellos!
¡Benditos tantos conversos que han enriquecido la vida y santidad de la Iglesia y han inyectado empuje y fervor a la Iglesia entera!

Pero esa no es la situación de todos. No todos tienen que experimentar esa conversión porque muchos han nacido y vivido en el seno de la Iglesia, sus primeras experiencias y sus primeros descubrimientos han estado marcados por el amor de Dios y han sido llamados desde las primeras horas a trabajar en la viña. Recordemos, por ejemplo, a santa Teresa del Niño Jesús. No tienen que convertirse (en sentido estricto), sino que responder momento a momento y cada vez mejor al Amor de Dios en su vida, santificarse en lo ordinario o en lo extraordinario que Dios ponga en la vida.

Sólo hay un peligro que afecta a la gran mayoría y es habituarse a Cristo, verlo al final como "normal", sin novedad alguna, y apagar el fuego a base de costumbres y rutinas. Han perdido el fuego interior. Ven el don de la fe como piedad, devoción, costumbre, incluso cultura, y le arrebatan la capacidad de impactar, de provocar. La pasión por Cristo (si alguna vez la tuvieron) se convierte en una relación formal, bastante monótona, y, desde luego, sin riesgo ni aventura ni sacrificio ni mortificación. Un tono mortecino y grisáceo domina sus vidas.

¿En qué se traduce? En un hastío por todo que ha venido a sustituir el entusiasmo y el amor. Celebrar la Eucaristía se convierte en "ir a Misa", con prisas y mirando el reloj para que no se alargue mucho (como si por mirar el reloj constantemente la Misa fuera más breve), y si se falta no duele de verdad; en convertir la oración en algo mecánico y apresurado, sólo vocal, para salir del paso; en muy pocas ganas -y faltando muchas veces- de catequesis, retiros, formación, ensayo del coro, etc., etc.; en la apatía por transmitir la fe, teniendo más presente los falsos respetos humanos que el amor por Cristo. Al fnal, la mediocridad, la vulgaridad, se instalan. Son, ¡qué pena!, católicos con un impermeable a la Gracia, para no mojarse mucho.

¡Fuego!
¡Fuego era lo que consumió interiormente a tantos conversos, como hoy a san Pablo!
Y ese fuego es el que tendremos que reavivar. Siempre, por Cristo, con Él y en Él.

14 comentarios:

  1. ¿Todavía dudas? Grande es el testimonio de Pedro y de Juan, pero... eran personas de casa. Cuando el testigo es el antiguo enemigo, un hombre que más tarde morirá por la causa de Cristo, ¿quién podría todavía dudar del valor de su testimonio? Estoy lleno de admiración por los planes del Espíritu Santo...: concede a Pablo, el antiguo perseguidor, escribir sus catorce cartas... Puesto que no se podía contradecir su enseñanza, concedió al que anteriormente había sido su enemigo y perseguidor, escribir más que Pedro y Juan; así vemos como es sólida nuestra fe común. En cuanto a Pablo, efectivamente, todos quedaban estupefactos: «¿Acaso no es éste el mismo que nos perseguía? ¿No vino aquí para llevársenos encadenados?» (Hch 9,21). No estéis tan extrañados, decía Pablo. Lo sé muy bien; para mí «es duro dar coces contra el aguijón» (Hch 26,14). «No soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios» (1C 15,9); «Dios tuvo compasión de mí, porque no sabía lo que hacía»... «Dios derrochó su gracia en mí» (1Tm 1,13-14).
    San Cirilo de Jerusalén (313-350), obispo de Jerusalén, doctor de la Iglesia
    Catequesis bautismal, 10

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  2. Menudo es Nuestro Señor cuando sus planes nos involucran directamente.

    Pablo de Tarso probó en carne propia... que su carne no era suya, sino de Dios mismo. Pero hay que decir en favor de Pablo, que supo aceptar la voluntad de Dios sin poner la más mínima pega.

    Quizás esto sea lo que me atrae más de la conversión de Pablo. La humildad con que asumió la voluntad de Dios.

    Tal vez a los fieles nos falte esa humildad y siempre tengamos pegas dispuestas para entregar nuestra carne a Dios. Digamos que no andamos muy predispuestos a ello. Nos falta conversión y para ello mucha mucha oración.

    Dios le bendiga D. Javier, espero que se haya recuperado del maratón de ayer.

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  3. Estupendo el post que nos regala hoy.
    Y qué envidia de esos conversos. Algunos aún necesitamos una buena caída del caballo. Necesitamos urgentemente de ese fuego ¡Ven Espíritu Santo!

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  4. La Santa Misa de hoy me ha llenado de gracia. Estoy feliz por poder amar al Señor aunque sea muy poquito para lo que Él se merece.

    Gracias, D. Javier. Digo lo mismo que Miserere mei Domine.

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  5. ..."Sólo hay un peligro que afecta a la gran mayoría y es habituarse a Cristo, verlo al final como "normal", sin novedad alguna, y apagar el fuego a base de costumbres y rutinas..."

    Ese es mi miedo . Todos los días le pido - en misa - que no me pase nunca , que le quiera cada día mas , que cada dia hable mas con El, que la Misa nunca sea rutina.
    D. Javier, el post de hoy un auténtico regalo ( la verdad es que todos los son ) pero hoy es un día muy bonito y además yo nací un 25 de enero . Gracias

    María M.

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  6. Maria M.: Felicidades por el cumpleaños. Y felicidades por el deseo sincero de vivir la novedad de Cristo cada jornada.

    En esto estamos todos:

    Realmente Cristo es una locura divina, impactante. No entiendo cómo alguien se puede acostumbrar a vivir junto a Cristo y no despertar entusiasmado; veo tantos rostros tristes, veo tantos rostros aburriéndose ante la Palabra, ante el Sacramento, ante el Sagrario... pocos deseos de vida sobrenatural. Y me duele y me entristece.

    ¡Si es maravilloso conocer a Cristo!

    Aconsejo leer vidas de estos neoconversos porque entusiasman y nos despiertan. Edibesa publicó una colección fantástica hará año y medio.

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  7. Digo lo mismo que María M. No quisiara caer NUNCA en la rutina.Uffff, ¡por Dios!, NUNCA, JAMÁS.

    Hay que pedirle tantas cosas al Señor, que para que no se me alvide, desde aquí, abro una mochilita de intenciones...¡Ya está dentro!

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  8. Bueno, yo, humildemente, también añado mi petición: No quisiera acostumbrarme nunca a ofrecer la Santa Misa; no quisiera nunca acostumbrarme a confesar e impartir la absolución; no quisiera acostumbrarme nunca a pasar por delante del Sagrario sin asombrarme de que allí está Él, a Quien le he entregado mi vida... ¡Ojalá!

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  9. Humildemente, también, hago mía esta súplica:

    Con la mayor devoción y ardiente amor,

    con todo afecto y fervor de corazón

    deseo recibirte, Señor,

    tal como desearon recibirte en la comunión

    muchos santos y personas devotas

    que te complacieron por su santidad de vida

    y tuvieron muy ardiente devoción.

    Dios mío, Amor eterno, todo mi Bien, Felicidad interminable,

    ansío recibirte con vehementísimo deseo y dignísimo respeto...Tomás Kempis. Imitación de Cristo.

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  10. Hola D.Javier. Sta.Teresa también, creo que como todos nosotros, hemos tenido ese encuentro personal con Jesús que ha cambiado nuestra vida. Siguiendo este curso de catequésis me he propuesto evitar la rutina de la Misa fijándome en la riqueza y variedad de las oraciones, peticiones, etc. Con más atención la alegría es cada vez mayor, desbordante, aumenta mi capacidad de entrega y asombro ante nuestro bendito Dios.

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  11. NIP:

    Me ha gustado muchísimo su definición, "curso de catequesis": ésta no acaba hasta alcanzar "la medida de Cristo en su plenitud" (Ef 4,13).

    Cristo, y sólo Cristo. Santa Teresa de Jesús tardó en descubrirlo, llorando ante el Cristo muy llagado en la Cuaresma de 1554. En cierto modo, una conversión fulminante.

    Pero me gusta la perspectiva de quienes siempre han conocido a Cristo y cada día lo van amando más y pareciéndose a Él más, y amando con su Corazón más y más, pasito a pasito. Santidad se llama eso. Es otra modalidad distinta a la de los neoconversos.

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  12. Desde Sevilla:

    Me sorprende su capacidad de traer textos a colación, que son buenísimos, y siempre vienen bien. Siga así porque creo que agrada a todos y es un servicio prestado.

    Pax

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  13. Muchas gracias por esas palabras sobre los conversos, con las que me identifico. Creo que muchas personas no se dan cuenta de la gracia que les ha sido concedida de estar en Casa, en la Iglesia. ¡No saben el frío que hace fuera...! ¿Cómo no voy a amar a Cristo y a su Iglesia con toda mi alma, si me lo ha dado todo?

    Hablo a veces con otros conversos y lo que más me gusta es ver cómo todos confirman la experiencia del hijo pródigo. Esa no es sólo una parábola, ¡el Padre de verdad sale a buscarte, se te echa al cuello y te colma de besos! Sin embargo, qué hermoso es no haber abandonado nunca la Casa desde pequeñitos, como Santa Teresita. No nos tengáis envidia, porque esa es una enorme gracia de Dios, el haberos socorrido preventivamente, no permitiendo que os vayáis de Casa.

    Vivir sin Cristo no vale un duro. Os lo dice quien lo sabe por propia experiencia...

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  14. Longinos:

    gracias por su precioso testimonio, sin duda edificante para todos.

    A veces tengo la sensación de que muchos podemos ser el hermano mayor de la parábola en un sentido muy concreto: no valoraba ser hijo, no apreciaba estar en la Casa, no disfrutaba de lo que era. Simplemente, dejaba transcurrir los días.

    Sí, tiene que hacer muchísimo frío fuera de la Iglesia. No quiero ni pensarlo.

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