domingo, 8 de agosto de 2010

El método de Santo Domingo

Maravillosa la pintura del Beato Fra Angelico representando a su fundador santo Domingo: mirada baja, reflexiva, con una suavidad grande en el rostro y dulzura en el movimiento y en el color. Era difícil reflejar el espíritu de santo Domingo, pero lo logró.

Oración, estudio y predicación fueron los elementos del carisma dominicano, en adecuada proporción: por amor a Cristo, por amor a la Verdad. Estos elementos armonizados así por santo Domingo para sus Predicadores, él los vivió en grado sumo, pero además los ofrece a todos y cada uno de nosotros como un método válido para el apostolado y la vida católica. 

El motor siempre que impulsa a esta realización es el amor a Cristo que es siempre amor a la Verdad. Santo Domingo vive una tensión espiritual por amor a Cristo nuestro Señor, una tensión espiritual por el amor a la Verdad. Ésta pide ser contemplada suavemente, pensada y reflexionada, estudiada y profundizada, porque el hombre, todo hombre, tiene sed de la Verdad, sed de Cristo, aunque no la identifique.

Para santo Domingo el acceso a la Verdad (y Cristo es la Verdad y el Camino) requería horas de estudio, de lectura, de confrontación de autores. El mismo estudio era para él, si lo hacía en presencia de Cristo, una de sus nueve maneras de orar. El estudio, con la ascesis que conlleva estudiar, encerrarse, agotarse, pensar (¡y hoy apenas se valora el ejercicio intelectual, se lo minusvalora!), era un modo de oración pues trataba de los misterios de Dios. 

Lo estudiado era llevado luego a la contemplación, es decir, lo leído, trabajado con los libros, se convertía en materia de oración y consideración explícita ante el Señor, para que no solamente la inteligencia avanzase y fuese iluminada, sino que el corazón fuese afectado por lo estudiado, enfervorizado por el Misterio que se conocía mejor por el estudio. La oración de santo Domingo era contemplativa, suave y pacífica, desde lo estudiado, sin dicotomía, sin las formas devocionales que separan dramáticamente la inteligencia del Misterio y la oración ante el Misterio, sino integradas. Lo leído en el estudio se convertía en el "tema" de la oración para convertir el corazón. Así, para saber teología, para elaborar teología, se necesita mucho estudio, mucha lectura, muchos libros de autores diferentes que se confrontan y se piensan razonadamente -no se es teólogo por leer un solo libro o asistir a un solo cursillo o cursar unas asignaturas mirando sólo a los exámenes- y luego se ora lo estudiado para asimilarlo vitalmente.

Lo estudiado y lo orado se convierte luego en "predicación", carisma dominicano, en transmisión de la Verdad para evangelizar y convertir. No es una adquisición egoísta para acumular saberes sino que mira a la comunicación de la Verdad para iluminar a los hombres. Es misión, es pastoral, porque es "pastoral" y de la buena, el predicar y enseñar siempre que antes se haya estudiado y se haya contemplado lo estudiado. La teología, como la contemplación, es siempre pastoral porque busca el crecimiento de la Iglesia.

Estudio, oración, predicación: un método válido siempre.

1) Han de darse los tres; reducirse a uno solo, o romper el equilibrio, anula la eficacia.

2) El estudio para todos es una prioridad. Hoy se lee poco, se piensa poco, se analiza poco. Quienes son servidores de Cristo en la predicación, en la catequesis de niños, jóvenes, adultos, etc., habrán de estudiar con cimientos sólidos para luego dar alimento verdadero, habiendo antes alimentado su propia inteligencia.

3) La oración contemplativa, asimilando lo estudiado, da madurez interior y espiritual a la persona. Cuando se disminuye el tiempo de esta oración, o se suprime, se nota poca hondura aunque el discurso sea elevado, se nota poco calor (amor de Dios) aunque todo sea sumamente ortodoxo. La oración aquilata a la persona y aquilata su inteligencia de lo estudiado.

4) El estudio y la oración convergen en la predicación. Ésta debe dar alimentos sólidos a la fe de los creyentes. La pobreza hoy de tantísimas homilías y catequesis, los lugares comunes que siempre se repiten sin decir nada, el buenismo en el contenido... son el fruto de no estudiar (o vivir de las rentas de lo que se estudió hace años) y de no contemplar (claro, hay tantas reuniones, somos todos tan pastorales...) porque se es incapaz de la serenidad de considerar ante Cristo y con Cristo.

Estudiar, orar y predicar: por amor a la Verdad, por amor a Cristo. Esto incumbe a todos en el apostolado y en el ministerio. Cada cual lo realizará en proporción a su vocación (no es lo mismo un padre de familia que un monje), porque sólo así las palabras que luego pronuncie serán doctrina que eleven las almas hasta Dios.

Ésta es la aportación de Santo Domingo... y a mí me parece fabulosa.


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