domingo, 20 de junio de 2010

Alabanza a Cristo por sus acciones y milagros


El agua vertida en los cántaros se transforma en Falerno generoso; el sirviente dice que es el vino sacado de la tinaja del agua; el jefe mismo del banquete se llena de estupor ante las copas coloreantes bañadas del sabor aquel.

“Mando –dijo- que queden limpios los miembros ulcerados por la enfermedad, la podredumbre de las entrañas”; se cumple al punto lo que había mandado; las ofrendas expiatorias por los cuerpos llagados terminan por limpiar el cutis inflamado.


Tú unges con limo saludable y con el néctar de tu sagrada boca los ojos hundidos ya en tinieblas eternas; con este remedio volvió en seguida la luz a las órbitas abiertas.


Increpas al viento enfurecido, porque en terrible borrasca revuelve la mar desde su honda sima y descarga contra la nave a la deriva; obedece el viento a tus mandatos, la ola se recuesta mansamente.


Una mujer toca a escondidas la orla de tu sagrada túnica: sigue la curación al punto; la palidez deja su rostro; la corriente de sangre se detiene que manaba en incesante flujo.


Vio a un adolescente arrebatado por la muerte de su dulce juventud, a quien su madre viuda acompañaba a la morada última con extremo llanto. “Levántate”, le dijo, él se levanta y, puesto en pie, se lo devuelve a su madre.

A Lázaro, que no veía ya la luz del sol en cuatro días, que estaba ya metido en el sepulcro, le manda recobrar las fuerzas después de darle vida; el hálito vital regresa, recobrado, al hígado apestado.


Camina por las aguas de la mar, va pisando con sus pies la cresta de las olas; el agua móvil del abismo le ofrece un camino colgante (suspendido) y no se abre el agua al peso de sus sagradas plantas.


Un demente agitado por un furor salvaje, acostumbrado a bramar encadenado en un sepulcro que le sirve de caverna, sale precipitado y cae suplicante cuando sintió que llegaba Cristo.
La ponzoña multiforme de falaces demonios, expulsada de un poseso, se aloja en los cuerpos sucios de una piara de cerdos y se sumerge en las aguas negras como un rebaño enloquecido.

“¡Recoged en doce canastas los fragmentos sobrantes de la comida!” Ya están asaz alimentados millares de comensales con sólo consumidos cinco panes y dos peces.

Tú eres nuestra comida y nuestro pan, Tú la dulzura eterna; quien come tu manjar, jamás tendrá ya hambre ni sacia el vacío de su vientre, sino que mantiene lo que vive largo tiempo.

Prudencio, Himno de todas las horas, vv. 1-63.

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