miércoles, 12 de mayo de 2010

"Resucitando, restauró nuestra vida" (Prefacio pascual I)

"Resucitando, restauró nuestra vida"

Es el Eterno Viviente, el que estaba muerto y ahora vive por los siglos de los siglos. Aquel que “resucitó al tercer día según las Escrituras” (1Co 15,4). Por el pecado, que introdujo el desorden y la caducidad en el mundo y en el hombre, la vida había perdido su dignidad, estaba rota. Por puro amor de Dios –amigo de los hombres, verdadero Filántropo- restaura lo que estaba caído y perdido, pero no sólo a su original belleza sino elevando la naturaleza humana a una dignidad y belleza sin iguales. Sí. Con toda la carga teológica que encierra esto y tal como reza una oración: 
 
“Oh Dios, que has restaurado la naturaleza humana 
elevándola sobre su condición original, 
no olvides tus inefables designios de amor” (Jueves IV de Pascua).

Ha elevado al hombre y éste deviene heredero de Dios, coheredero con Cristo (Rm 8,17), partícipe de su gloria (cf. Ef 1,18), haciéndonos partícipes de su naturaleza divina (2P 1,4). Es obra de la nueva creación. Llega a plenitud la obra de la restauración de la naturaleza humana, ya comenzada en la Encarnación del Señor, según reza la liturgia: “el eterno... comparte nuestra vida temporal, para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo” (Prefacio II de Navidad), ya que “con su obediencia has restaurado aquellos dones que por nuestra desobediencia habíamos perdido” (Prefacio dominical VII).

“Si me debo a él por entero al haberme creado –predica San Bernardo-, ¿qué no haré por haberme creado de nuevo y de un modo tan admirable? La reparación no fue tan fácil como la creación... ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? En su primera obra me dio mi propio ser, en la segunda, el suyo. Y al dárseme a mí, me devolvió lo que yo era” (Trat. De diligendo Deo, 15).

¡Maravillosa la obra de la regeneración!
“¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?” (Pregón pascual).

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