martes, 11 de mayo de 2010

"Por eso, con esta efusión de gozo..." (Prefacio pascual I)

“Por eso, con esta efusión de gozo pascual,
el mundo entero se desborda de alegría,
y también los coros celestiales,
los ángeles y los arcángeles,
cantan sin cesar el himno de tu gloria”

La cláusula final de los prefacios pascuales también es propia: ¡tal importancia tiene la liturgia pascual! Se canta –con los ángeles, con los santos, con la creación renovada- el himno de gloria, fruto de “esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría”, un mundo que ha sido redimido del pecado que engendra confusión: la creación es renovada con la luz pascual del Resucitado.

Este principio es fundamental para comprender la obra de Cristo, la escatología misma, pero también los elementos de la liturgia que son anticipo de la nueva creación, donde la materia se convierte –por la epíclesis- en instrumentos de salvación (pan, vino, agua, aceite). En Cristo resucitado se inaugura la nueva creación: “Has querido ser, por medio de tu amado Hijo, no sólo el creador del género humano, sino también el autor generoso de la nueva creación” (Prefacio Común III). Hay, asimismo, un sabor de nueva creación cuando en las Laudes de la Octava de Pascua se canta el cántico de las criaturas (Dn 3).

De nuevo, recapitulando todo, la alegría espiritual, exultante, de la Pascua, que no es otra sino participación en la alegría espiritual del Resucitado, “gozo de Cristo nuestro Señor” (San Ignacio de Loyola, EE.EE., 221), del cual la Iglesia participa; “la alegría cristiana es por esencia una participación espiritual de la alegría insondable, a la vez divina y humana, del Corazón de Jesucristo glorificado” (Pablo VI, Gaudete in Domino, 11).

El catolicismo no es un puritanismo, ni prevalecen los aspectos de angustia, terror; el catolicismo no es el intimismo de quien prefiere el silencio para su piedad privada porque todo le estorba, de quien sólo quiere recitar sus oraciones... por puro devocionalismo (ajeno a la oración personal sincera, a la contemplación y a la misma esencia de la liturgia). El catolicismo es desbordamiento de un gozo inefable, alegría fruto del Espíritu Santo, canto de alabanza al Señor.

Llamadas de alegría inauguraban la Pascua al entonarse el pregón: “Exulten los coros de los ángeles... Exulten las jerarquías del cielo... que las trompetas anuncien la salvación. Alégrese nuestra madre la Iglesia... resuenen en este templo las aclamaciones del pueblo...” ¡Esto es propio del genio romano!, que en Pascua introduce elementos propios en los textos litúrgicos para que la cincuentena pascual sea, realmente, única y gozosa.

Y aquí, mientras, en la liturgia terrena, exultamos de gozo uniéndonos con una sola voz y un solo corazón, a la liturgia celeste, “con los ángeles y los santos”, que cantan al Cordero degollado: “Eres digno, Señor Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder” (Ap 4,11)

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