miércoles, 14 de abril de 2010

La Eucaristía, sacramento pascual (san Agustín)

Adentrarse en la lectura de la Tradición es volver a un manantial tremendamente sugerente, rico en perspectivas, con lenguaje original. Conocer la Tradición ilumina, despeja, abre la mente. San Agustín, el gran Doctor, puede muy bien acompañarnos con algunos sermones suyos durante estos días de Pascua, compartiendo la vivencia de los sacramentos pascuales, oyendo las palabras que él dirigía a los neófitos (felices, recién bautizados, iluminados ya por Cristo) y a los fieles de Hipona.
Varios sermones de san Agustín que nos han llegado, se pronunciaron en la misma noche de la Vigilia pascual; otros en la Misa del día de Pascua y algunos más durante la Octava como catequesis mistagógica a los nuevos bautizados.

El sermón 272, todo un clásico, lo pronunció un día de Pascua para que los neófitos profundizasen en el sacramento de la Eucaristía que en la noche de Pascua habían recibido por vez primera comulgando el Cuerpo del Señor y bebiendo en el cáliz. Y como la cincuentena pascual es tiempo sumamente eucarístico, sus palabras nos servirán igualmente a nosotros.



"Lo que estáis viendo sobre el altar de Dios, lo visteis también la pasada noche; pero aún no habéis escuchado qué es, qué significa ni el gran misterio que encierra. Lo que veis es un pan y un cáliz; vuestros ojos así os lo indican. Mas según vuestra fe, que necesita ser instruida, el pan es el cuerpo de Cristo y el cáliz la sangre de Cristo. Esto dicho brevemente, lo que quizá sea suficiente a la fe; pero la fe exige ser documentada ["sed fides instructionem desiderat"].

Dice, en efecto, el profeta: Si no creéis, no comprenderéis. Ahora podéis decirme a mí: "Nos mandas que lo creamos; explícanoslo para que lo entendemos". Puede, en efecto, surgir en la mente de cualquiera el siguiente pensamiento: "Sabemos de dónde tomó carne Jesucristo nuestro Señor: de la virgen María. Siendo pequeño, tomó el pecho, fue alimentado, creció, llegó a la edad madura, fue perseguido por los judíos, colgado de un madero, muerto en el madero y bajado del madero; fue sepultado, resucitó al tercer día y cuando quiso subió al cielo, llevándose allí su cuerpo; de allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos, y allí está ahora sentado a la derecha del Padre: ¿cómo este pan es su cuerpo y cómo este cáliz, o lo que él contiene, es su sangre?"

A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque en ellas es una cosa la que se ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal; lo que se entiende posee fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol, que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor ["in mensa Dominica"] está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el Amén, y con vuestra respuesta lo rubricáis. Se te dice: "El Cuerpo de Cristo", y respondes: "Amén". Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el Amén.

¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal al respecto, y escuchemos otra vez al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento, dice: Siendo muchos, somos un solo pan, un único cuerpo. Comprendedlo y llenaos de gozo: unidad, verdad, piedad, caridad. Un solo pan: ¿quién es este único pan? Muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Cuando recibíais los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis bautizados, como asperjados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo fuisteis como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Eso es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan.

Lo que hemos de entender respecto al cáliz, aun sin decirlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que exista esta especie visible de pan se han conglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Sagrada Escritura a propósito de los fieles: Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios. Lo mismo ha de decirse del vino. Recordad, hermanos, cómo se hace el vino. Son muchas las uvas que penden del racimo, pero el zumo de las mismas se mezcla, formando un solo vino. Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe un misterio para provecho propio, sino un testimonio contra sí".

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