jueves, 15 de abril de 2010

"Es nuestro deber y salvación, glorificarte siempre Señor..."

"En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
glorificarte siempre, Señor,
pero más que nunca en esta noche (este día) (este tiempo)
en que Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado".


    El protocolo inicial enmarca los cinco prefacios pascuales en un tono nuevo. El comienzo de los prefacios pascuales tiene una nota distinta: “glorificarte siempre, Señor”. Glorificar es una acción que eleva al orante a una solemne acción de gracias, llena de júbilo, de canto desbordante, donde el corazón salta, proclama la obra de Dios y medita sus hazañas al son de instrumentos, magnificar (Magnificat anima mea Dominum). Se percibe la característica pascual: la alegría espiritual que sólo se puede expresar con el canto. Va, por tanto, este “glorificarte siempre, Señor” en consonancia con el inicio del Pregón Pascual: “exulten los coros de los ángeles”. Se plasma en esta frase del protocolo inicial toda la espiritualidad pascual. “Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu”.

Y, si siempre es propio glorificar al Señor, “más que nunca en esta noche (este día) (este tiempo)”: la Pascua redobla la alegría del pueblo de redimidos. Señala así el prefacio el acontecimiento que se actualiza: exultar en la noche de la Vigilia pascual, exultar y gozar en el Señor en este día (la Octava entera como un solo día), en este tiempo pascual, “un gran domingo en siete semanas”.

“Cristo ha resucitado y con su claridad ilumina al pueblo rescatado con su sangre”, ofreciendo un tiempo de gracia y salvación, nuevo; ¿motivo? “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”, percibiendo, de fondo, la tipología del Cordero pascual del Éxodo que canta el Exsultet: “Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero cuya sangre consagra las puertas de los fieles”. La inmolación de Cristo como nuestra Pascua (“Él es la Pascua de nuestra salvación”, dice Melitón de Sardes en su Hom., n. 69) es un teologúmeno recogido por san Pablo que sirve de inspiración para cerrar el protocolo inicial de los prefacios pascuales: “Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así, pues, celebremos la pascua... con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad” (cf. 1Co 5,8-9).

¡Qué fuerza lírica tienen los prefacios pascuales!
Por eso, de suyo, lo normal es que se canten.

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