viernes, 23 de abril de 2010

"Él es el verdadero Cordero..."

"Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo;
muriendo destruyó nuestra muerte,
resucitando restauró nuestra vida" (Prefacio Pascual I).


    “Es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo”. Hay una teología primera muy elaborada en las Escrituras y en la Tradición de la Iglesia sobre el Cordero, Cordero pascual e inmolado, que es el mismo Cristo en su Pascua, el que lleva sobre sí los pecados de los demás. “Vio Juan que venía Jesús hacia él, y dijo: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).

 
En Cristo se iba a realizar la verdadera Pascua de la cual la Pascua hebrea era sólo tipo y figura que contenía y anunciaba el Misterio siempre nuevo de Cristo. Esta referencia está continuamente presente en la  homilía pascual de Melitón de Sardes: “{El texto de} la Escritura sobre el Éxodo ha sido leído y las palabras del misterio acaban de ser explicadas: cómo el cordero es inmolado y el pueblo se salva {...} Pues “como cordero fue llevado al sacrificio”, y sin embargo no era cordero {...}. En efecto, la figura ha pasado y la verdad ha sido realizada. Pues Dios ha venido a ocupar el lugar del cordero y el rito de la Pascua y la letra de la Ley ha desembocado en Cristo Jesús...”.

Idéntica figura hallábamos en la Vigilia pascual -¡oh noche maravillosa!- cuando en el Pregón pascual se anunciaba: "Porque éstas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el verdadero Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles".

Y mientras que Juan señala al Cordero como Aquél que quita (acción presente), el prefacio canta la gloria del Cordero como Aquél que quitó, ya, definitivamente, el pecado del mundo. Su Misterio pascual fue destructor del pecado, en espera de la victoria final cuando Cristo lo someta todo al Padre, el pecado y la muerte puestos a sus pies (cf. 1Co 15,27), y todas las cosas recapituladas en Cristo (cf. Ef 1,10). Entonces, Él, Cordero degollado según la descripción del Apocalipsis, que glorioso y resucitado, lleva las llagas gloriosas de su pasión, estará sentado en el trono (Ap 5,6), y se le cantará en la liturgia celestial: “Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la fuerza...” (Ap 5,12).

En la liturgia así lo aclamamos; durante la fracción del Pan consagrado en diversos trozos reales para que los fieles puedan comulgar (según la IGMR), se canta el “Cordero de Dios” (¡no un canto de paz sobrepuesto a la fracción, o ésta realizada de manera insignificante!). Y la invitación a la Comunión es señalar a Cristo como el verdadero Cordero: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo...”; comulgando nos unimos al sacrificio del Cordero verdadero.

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