domingo, 20 de diciembre de 2009

Recibe, María, el anuncio que conmoverá el mundo

Cada año, el 20 de diciembre, feria mayor de Adviento, la tensión espiritual va creciendo: se acerca la fiesta del Nacimiento del Señor, la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne y esta preparación, amasada con distintos elementos en la liturgia, se centra en los Evangelios de la infancia.

El 20 de diciembre se proclama en la Misa el evangelio de la anunciación del ángel a María, relato conmovedor y trascendental donde los haya. Las lecturas ha
giográficas del Oficio de lecturas suelen guardar en estas ferias mayores relación con el evangelio de la Misa. En este caso, un sermón precioso, conmovedor, delicado, tiernamente elocuente ante el Misterio, de san Bernardo. ¡Qué fuerza tienen sus palabras, qué finura ante la Presencia del Misterio que toma carne en María y de María!

Oíste, Virgen, que concebirás y darás a luz a un hijo; oíste que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el Ángel aguarda tu respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que lo envió. También nosotros esperamos, Señora, esta palabra tuya de misericordia, oprimidos miserablemente por la sentencia de nuestra condena.

Se pone entre tus manos el precio de nuestra salvación; en seguida seremos librados si consientes. Por la Palabra eterna de Dios fuimos todos creados, y a pesar de eso morimos; mas por tu breve respuesta seremos ahora restablecidos para ser llamados de nuevo a la vida.

Esto te suplica, oh piadosa Virgen, el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Te lo suplican Abrahán y David, y todos los Santos Padres, padres tuyos también, que habitan en la región de la sombra de la muerte. Todo el mundo te espera expectante y postrado a tus pies.

Y no sin motivo aguarda con ansia tu respuesta, porque de tu palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación, finalmente, de todos los hijos de Adán, de todo tu linaje.

Responde ya, oh Virgen. Responde presto al Ángel, o, por mejor decir, al Señor por medio del Ángel; respóndele eso que ansían los cielos, los infiernos y la tierra. Responde una palabra y recibe al que es la Palabra; pronuncia tu palabra y concibe la divina; emite una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna.

¿Por qué tardas? ¿Qué temes? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se revista de audacia, y tu modestia de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este asunto no temas, Virgen prudente, la presunción; porque, aunque es buena la modestia en el silencio, más necesaria es ahora la piedad en las palabras.

Abre, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento y las entrañas al Creador. Mira que el deseado de todas las gentes está llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, abre por el consentimiento.
(De las Homilías de San Bernardo, sobre las excelencias de la Virgen Madre (Homilía 4, 8-9)).

La liturgia del Oficio saborea sapiencialmente esta lectura hagiográfica (: escritor santo) con un bellísimo responsorio:

R/
Recibe, Virgen María, la palabra del Señor, que te ha sido comunicada por el ángel: Concebirás y darás a luz al que es Dios y hombre juntamente. Por eso te llamarán bendita entre las mujeres.


V/ Darás a luz un hijo, sin detrimento de tu virginidad; quedarás grávida y serás madre, permaneciendo intacta.

R/ Por eso te llamarán...

Y toda la liturgia de este día se compendia en la magnífica y tan romana oración colecta (del título de Rávena):


Señor y Dios nuestro,
a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando,
al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo:
tú que la has transformado, por obra del Espíritu Santo, en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo,
la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón.

¡¡Amén!!

2 comentarios:

  1. Pedro Arroyo Gómez.20 diciembre, 2009 14:28

    Si hay algo que me impresiona sobremanera es la postura de María de aceptación de la voluntad de Dios. Que lección tan grande y que pequeño me veo ante esa decisión.

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  2. Pedro, hijo mío: ¡no seas agonía! Sentirse pequeño es sanísimo y remedio contra soberbia y orgullo... pero no te olvides que para Dios nada hay imposible, incluso el cambiarnos el corazón para ser dóciles a Él.

    Confía un poco más, que Dios sabe "organizar" mejor nuestra vida que nosotros mismos. Hay que saber abandonarse y dejarse llevar, sin ser impetuosos........

    Un abrazo de verdad.

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