martes, 24 de noviembre de 2009

Leer el Evangelio, palpitar con el Corazón


Conocer al Corazón de Jesús por el Evangelio

"No conozco guía más seguro ni más enterado, ni más a nuestro alcance. En cada página, ¿qué digo?, en cada hecho, en cada sentencia, en cada partícula y hasta en cada signo del Evangelio, palpita el Corazón de Jesús. En él no hay letra ni signo que no suene, huela, sepa, a amor. Suprimid el sentido de esa palabra en el Evangelio y lo trocaréis de libro de la Vida, de la Luz y de la Paz, en fábula de absurdos y quimeras.


El Evangelio es la conjugación de los grandes verbos del corazón: amar y entregarse.
San Pablo, que ha expresado en esas dos palabras toda la obra redentora de Jesús: “Me amó y se entregó por mí”, ha definido del modo que puede ser definido con palabras de la tierra, ese Arca de los tesoros de Dios, al Corazón de Jesús: “El que me amó y se entregó a Sí mismo por mí”. ¡Así! ¡Sin adverbios que limiten, condicionen o califiquen la acción inmensa de esos dos verbos! El Evangelio es el relato de una vida y de una doctrina, no sólo de un Jesús que pasó, que hizo, que dijo..., sino de un Jesús que está viviendo en el cielo y en los Sagrarios de la tierra, en su Cuerpo místico, la Iglesia, y en el alma de los justos...

Ese libro, en suma, escrito ayer, cuenta con palabra infalible lo que Jesús hizo y dijo ayer, amándome y entregándose por mí. Lo que hace y dice hoy. Y lo que hará y dirá mañana y eternamente, conjugando los mismos verbos:
amar y entregarse. Este aspecto del Evangelio me regala con esta gratísima noticia: Por él yo puedo sentir las palpitaciones del Corazón de Jesús, no ya durante un período de su acción o de su vida, sino de todos los períodos y de toda su vida mortal, celestial, eucarística, mística y eterna...

Grande, interesante, revelador es siempre el Evangelio como doctrina y como historia. Pero cuando con ojos de fe viva, miro sus páginas y las veo moverse, subir y bajar suavemente, como suavemente baja y sube el pecho a impulso del corazón que guarda adentro; cuando siento que aquel subir y bajar con la sístole y la diástole del Corazón más grande, más generoso, más incansable, más inverosímilmente amante y dadivoso, el libro ya no es libro, sino un pecho vivo. La palabra escrita es una palabra hablada. El ayer es hoy. El mañana la eternidad. El milagro contado es milagro repetido. El misterio de la doctrina no es misterio, sino claridad de mediodía. La fe y la esperanza casi, casi, se van eclipsando, porque por entre letra y letra, renglón y renglón, van saliendo rayos de un sol, el sol del Amor...
¡Jesús descubriendo su Corazón y repitiendo: “Yo soy” con palabra de luz y de fuego!...

Pero también es cierto que así como por la lanzada del soldado quedó
“abierto el costado” de Jesús y por esa abertura podía verse y tocarse su Corazón de carne, por el espíritu de fe y mejor, por el don de su Espíritu Santo, a través de cada palabra del Evangelio de Jesús, puede verse y sentirse su Corazón, y por tanto, que no hay que escribir un libro sobre lo que es Él, sino dedicarse a “buscarlo” en el gran libro, en el libro eterno de su Evangelio.

Ésa, ésa quisiera yo que fuera la ocupación de los ojos y de las inteligencias de los cristianos, leer y contemplar el Evangelio,
“buscando” el Corazón de Jesús sin parar hasta encontrarlo".

Beato D. Manuel González, Así ama Él, en O.C., Vol. I, nn. 240-245.

No hay comentarios:

Publicar un comentario