jueves, 1 de octubre de 2009

Santa Teresa de Lisieux o el gran amor por la Iglesia

Santa Teresa de Lisieux, o del Niño Jesús, santa francesa, carmelita descalza, que murió a los 24 años, es una santa con una gran personalidad “teológica”, con un carisma peculiar que ilumina nuevos aspectos de la fe eclesial. Balthasar, el gran teólogo suizo del siglo XX, le dedicó una obra muy aconsejable de leer: “Teresa de Lisieux. Historia de una misión”, publicada en la editorial Herder. En esta obra, Balthasar ofrece una panorámica nueva de santa Teresa de Lisieux que supera la imagen pueril que se ha dado de ella. Esta santa carmelita es una personalidad teológica, su misma existencia es una “existencia teológica”, con una aportación nueva. En la Iglesia la santidad de cada uno es diferente porque así la labra el Señor, y hay santidades de menor volumen –o menos llamativa, menos representativa- y santidades de mayor volumen –con un peso específico para toda la Iglesia-; de este último tipo es santa Teresa del Niño Jesús.

Los aspectos de su vida y su doctrina son múltiples y no están restringidos a los contemplativos en clausura sino que se ofrecen como un tesoro para todo católico: el abandono en las manos de Dios, la paternidad divina, la infancia espiritual, la eclesialidad, el amor, el sacrificio, la reparación, la oración como impulso del corazón y sencilla mirada, la gracia en nosotros, la absoluta centralidad de Jesús en su vida, etc.

Detengámonos en uno: su amor es amor eclesial. Claro que el amor no son sentimientos, sino un algo más, un algo divino; para ella el amor es ofrecer lo pequeño de sus obras e incluso ofrecer las manos vacías de méritos para que Jesús las llene. El amor en esta pequeña gran santa es el sacrificio, mejor, los pequeños sacrificios que cada día se presentan y que pueden resultar un regalo a Jesús cuando se aceptan con amor y con amor se le regalan. Así lo vivió ella en el Carmelo de Lisieux tal como lo relata en su Historia de un alma, con las pequeñas anécdotas y los roces de la vida comunitaria y lo mucho que sufrió. Es capaz de aprender y enseñarnos: “comprendí que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades, en sacar edificación de los menores actos de virtud que se les ve practicar. Pero sobre todo, comprendí que la caridad no ha de quedar encerrada en el fondo del corazón” (Ms C, fol. 12rº).

Este amor –caridad sobrenatural- ofrece un lugar y una vocación a Teresa. Ella se ve en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia; ella se ve como un miembro vivo, se sabe parte del organismo sobrenatural que es la Iglesia, y es consciente de que ha de hallar su lugar para entregarse a su vocación y aportarle algo a la Iglesia. Busca, reza, discierne, lee y llega a la consideración del amor en la Iglesia, de que la Iglesia posee un corazón que es el que da vida y sostiene a los otros miembros, ya sean apóstoles, doctores, misioneros...: “Adiviné que, precisamente, el corazón impulsaba al apostolado a los miembros de la Iglesia; que, una vez apagado, ya no seguirán los apóstoles anunciando el Evangelio, ni los mártires derramando su sangre” (Ms B, fol. 3vº). Entonces santa Teresa del Niño Jesús se sitúa en el corazón de la Iglesia, en su centro vital, y va entregando su amor (a base de oración y de los pequeños sacrificios) para que la Iglesia siga adelante como Cuerpo vivo. “Exclamé: “Oh Jesús, mi amor, encontré por fin mi vocación”. Mi vocación es el amor. Si, en verdad, he encontrado mi puesto exacto en la Iglesia. Este puesto tú me lo has dado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor, y con el amor lo seré todo” (ibíd.).

En el corazón de la Iglesia, mirando por el bien de toda la Iglesia, su edificación, su implantación en todos los sitios y lugares, la santificación de sus miembros... ¡En el corazón de la Iglesia! Allí se introdujo Teresa de Lisieux entregando oración, pequeños sacrificios y mortificaciones y finalmente su enfermedad y muerte; en el corazón de la Iglesia están situados los contemplativos, monjes y monjas de clausura que llegan bien lejos por la Comunión de los santos, y en el corazón de la Iglesia se puede situar cualquier bautizado que ponga su amor como regalo a la Iglesia, y al orar personal o litúrgicamente sepa que ora por la Iglesia y en nombre de la Iglesia y está unido a todos invisiblemente; aquel que sepa cada día ofrecer las pequeñas cosas, contrariedades, molestias o sacrificios por el bien de la Iglesia.

Ella fue declarada Doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. Ya hemos visto que su existencia es una existencia teológica para la Iglesia. ¿Podríamos leer sus obras con sosiego? ¿Podríamos empezar a conocerla? ¡Es buena maestra y buena compañera de camino!

1 comentario:

  1. Pedro Arroyo Gómez01 octubre, 2009 11:50

    Acabo de leer la catequesis de hoy, y me ha llamado la atención la figura de esta Monja.
    Me ha impresionado su vida de amor y sacrificio, pero lo fundamental la absoluta centralidad de Jesús en su vida.
    Esto hace que los pequeños sacrificios de cada día sean regalos a Jesús, y no sacrificios egoístas, como en tantas ocasiones nos pasa en nuestra vida.
    El ejemplo de esta Santa es maravilloso y por medio de su enseñanza, que quiero conocer, tengo que aprender a soportar el defecto de los demás, todo con la oración por la Iglesia y en nombre de la Iglesia que nos une a todos.
    Hoy quiero conocer a esta maestra y compañera de camino que me ha presentado D. Javier en su escrito, tan acertado como siempre.

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