domingo, 11 de octubre de 2009

Moral, pregunta por el Bien, seguimiento


El evangelio del joven rico nos ofrece una imagen de la radicalidad en el seguimiento. Ante la llamada de Cristo, ¿qué es lo que nos retiene? ¿Qué nos ata, qué nos esclaviza, qué nos detiene? Sabiendo, y cuántas veces no lo habremos experimentado, que seguir a Cristo conlleva una felicidad plena y gozosa, pero que resistir a Cristo y tomar otro camino nos sumerge en la insatisfacción, en la frustración, en un deseo del corazón nunca cumplido y por tanto con un sabor amargo. El joven aquél se marchó “triste porque era muy rico”. La tristeza le acompañaría toda la vida. Perdió la ocasión, desperdició el encuentro, calculó mal su verdadera riqueza, porque la riqueza auténtica era Jesucristo.

Pero además el evangelio del joven rico –anónimo, porque sólo quien sigue a Cristo tiene “nombre”, se desarrolla como “persona” y no como un número en la masa gregaria- pone de relieve la pregunta moral del hombre, su orientación al Bien.


La encíclica Veritatis splendor parte de esta pregunta para llegar a las fuentes de la moral y a la renovación del hombre nuevo en Cristo que no sólo hace cosas buenas (y a la vez malas), sino que Él mismo por gracia se va convirtiendo en “bueno” (a imagen de Cristo), viviendo como hijo de Dios, movido por la gracia del Espíritu Santo al Bien y a la Verdad.


“En el joven, que el evangelio de Mateo no nombra, podemos reconocer a todo hombre que, conscientemente o no, se acerca a Cristo, redentor del hombre, y le formula la pregunta moral. Para el joven, más que una pregunta sobre las reglas que hay que observar, es una pregunta de pleno significado para la vida. En efecto, ésta es la aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la búsqueda secreta y el impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es, en última instancia, un llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre” (Juan Pablo II, VS, n.7).


¿Qué alcance demuestra la pregunta del joven rico?

“Desde la profundidad del corazón surge la pregunta que el joven rico dirige a Jesús de Nazaret: una pregunta esencial e ineludible para la vida de todo hombre, pues se refiere al bien moral que hay que practicar y a la vida eterna. El interlocutor de Jesús intuye que hay una conexión entre el bien moral y el pleno cumplimiento del propio destino... Es más probable que la fascinación por la persona de Jesús haya hecho que surgieran en él nuevos interrogantes en torno al bien moral... Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo. Él es el Maestro, el Resucitado que tiene en sí mismo la vida y que está siempre presente en su Iglesia y en el mundo. Es él quien desvela a los fieles el libro de las Escrituras y, revelando plenamente la voluntad del Padre, enseña la verdad sobre el obrar moral. Fuente y culmen de la economía de la salvación, Alfa y Omega de la historia humana (cf. Ap 1, 8; 21, 6; 22, 13), Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral... Si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de la pregunta hecha por el joven rico del evangelio y, más aún, el sentido de la respuesta de Jesús, dejándonos guiar por él. En efecto, Jesús, con delicada solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la verdad plena” (VS, n. 8).

¿A dónde conduce Cristo con su respuesta?


“Sólo Dios puede responder a la pregunta sobre el bien, porque él es el Bien. En efecto, interrogarse sobre el bien significa, en último término, dirigirse a Dios, que es plenitud de la bondad. Jesús muestra que la pregunta del joven es, en realidad, una pregunta religiosa y que la bondad, que atrae y al mismo tiempo vincula al hombre, tiene su fuente en Dios, más aún, es Dios mismo... Aquel que es la fuente de la felicidad del hombre. Jesús relaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida, término último del obrar humano, felicidad perfecta” (VS, n. 9).


Sólo cuando existe (¡cuando se reconoce!) la Verdad existe el Bien absoluto; si se relativiza la Verdad, negándola, el Bien se vuelve confuso y subjetivo, la moral se privatiza. Cuando se corta la raíz del Bien, que es la Verdad, no habrá moral. Por eso la respuesta de Cristo orienta primero a Dios, que es la Verdad, y esta Verdad descubre el Bien, lo que realmente es bueno.


Sugiero una lenta y pausada lectura de la encíclica. Abre, en verdad, nuevos horizontes a lo que consideramos la moral.

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