miércoles, 14 de octubre de 2009

Lo inefable de la experiencia de Dios

Quien conoce a Dios se siente interiormente rebosante de un gozo como nada podría concederlo.
Quien vive en Dios siente tal plenitud que sus labios apenas pueden balbucear palabra alguna para expresarlo.

La experiencia de Dios es inefable, consoladora, gozosa.


El Santo Hermano Rafael Arnáiz, un joven trapense (canonizado el pasado 11 de octubre), lo describe hermosamente: "Silencio en los labios, cantares en el corazón".

Sólo quien lo ha gustado puede entender bien lo que él quiere decir. Y, al leerlo, desear más y más con nuestro pequeño corazón gozar, gustar y ver lo bueno qué es Dios.

n. 817 “Silencio en los labios, cantares en el corazón; alma que vive de amores, de sueños y de esperanzas..., alma que vive de Dios. Alma que mira a lo lejos..., lejos, muy lejos del mundo, pasando la vida en silencio..., cantando en el corazón.


Una Trapa..., un monasterio..., hombres... Sólo Dios y yo.
Pasan rápidos los días, en ellos se va la vida..., soñamos en lo pasado, esperamos lo que ha de llegar... El alma mira a lo lejos buscando la única vida, que otea en un mar de esperanzas, y que espera sea mejor. Una Trapa..., cantares a Dios. ¿Qué importan los hombres?... ¿Qué importan las nieblas o el sol?... ¿Qué importa lo que nos rodea? Todo es nada, y la nada no merece nuestra atención”.

n. 818. “Busca el alma lo que aquí no encuentra... Busca en las alturas sus ansias de Dios, y cuando a ella llegan los rayos de luz que Cristo la envía..., ¿qué importan los hombres, las nieblas o el sol?... Y canta en silencio, murmullos de amores, y busca sus consuelos en la paz tranquila, quieta y sosegada, del que nada espera, y pasa su vida, sin mirar al mundo, que ignora lo que es oración.

Pasan serenos los días, en la dulce calma del amor que espera. El alma comprende, que nada en el mundo la puede llenar... La tierra es de barro, los hombres son pobres, la vida muy corta, todo es muy pequeño, frágil y caduco..., y el alma está ansiosa de verse en el cielo, mirando a la Virgen, contemplando a Dios”.
(Santo Hermano Rafael, OC, nn 817-818).

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