sábado, 3 de octubre de 2009

Bendición y envío de los catequistas


Es frecuente en estos días de inicios de curso celebrar de alguna manera el “envío de los catequistas”, visibilizando el mandato explícito de enseñar la fe de la Iglesia en nombre de la Iglesia, y suplicar, asimismo, la gracia de Dios para la tarea catequizadora. El Bendicional ofrece el texto litúrgico para este envío de catequistas, evitando las falsas creatividades en torno a este rito o los inventos en cada parroquia, a cual más original y sorprendente. Las preces y la Bendición contienen además, por aquello de lex orandi, lex credendi, la descripción de qué es la catequesis y qué es un catequista con conciencia eclesial.

“El rito de bendición de las personas que en una Iglesia local son destinadas a impartir la catequesis puede realizarse o en una adecuada celebración de la palabra o en la celebración de la Eucaristía, como se indica más adelante” (Bend., n. 365).

Después del Evangelio se pronuncia la homilía (y el Credo si es domingo). “Sigue la plegaria común, en la forma acostumbrada en la celebración de la Misa, o en la forma aquí propuesta; esta oración, el celebrnate la concluye con la fórmula de bendición, a no ser que se crea más oportuno emplear esta fórmula al final de la Misa, como una oración sobre el pueblo” (Bend., n. 379).

¿Qué pedimos a Dios en la oración por los catequistas? ¿Qué espera la Iglesia que sean?

“Dios quiere que todos los hombres se salven. Invoquémoslo, pues, diciendo:
R/. Atrae hacia ti a todos los hombres, Señor.

-Haz que todo el mundo conozca que tú, Padre, eres el único Dios verdadero y que Jesucristo, tu Hijo, es tu enviado.

-Manda obreros a tu mies, para que tu Nombre sea glorificado en todas las naciones.

-Tú que enviaste a los discípulos a proclamar el Evangelio, ayúdanos a propagar la victoria de la cruz de Cristo.

-Haz que seamos dóciles a la predicación de los apóstoles y sumisos a la verdad de nuestra fe.

-Tú que nos llamas hoy a tu servicio en favor de nuestros hermanos, haz que seamos ministros de tu verdad.

-Guarda a los ministros de tu santa Iglesia, para que, al enseñar a los demás, seamos hallados fieles en tu servicio.

-Que la gracia del Espíritu Santo dirija nuestros corazones y nuestros labios, para que permanezcamos siempre en tu amor y en tu alabanza” (Bend., n. 379).

Entonces el celebrante, con las manos extendidas, dice la oración:

“Señor, con tu bendición + paternal,
robustece la decisión de estos servidores tuyos,
que desean dedicarse a la catequesis;
haz que lo que aprendan meditando tu palabra
y profundizando en la doctrina de la Iglesia
se esfuercen por comunicarlo a sus hermanos
y así, junto con ellos, te sirvan con alegría.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén” (Bend., n. 380).

Y todo prosigue como de costumbre.
¡Qué importante es el ministerio de la catequesis!
No basta una cierta simpatía del catequista o la buena voluntad de ayudar, se trata de un ministerio delicadísimo de transmisión de la fe de la Iglesia, con fidelidad a la doctrina: “Vuestra labor, queridos catequistas y profesores de religión, es muy necesaria y exige vuestra fidelidad constante a Cristo y a la Iglesia. En efecto, todos los fieles tienen derecho a recibir de quienes, por oficio o por mandato, son responsables de la catequesis y de la predicación respuestas no subjetivas, sino conformes al Magisterio constante de la Iglesia y a la fe enseñada desde siempre autorizadamente por cuantos han sido constituidos maestros y vivida de modo ejemplar por los santos” (Juan Pablo II, Hom. en el Jubileo de los Catequistas, 10-diciembre-2000).

Por eso de un catequista se espera:

-amor a Jesucristo y a la Iglesia
-profunda y sincera vida interior con la oración y la liturgia
-sólida doctrina y capacitación
-formación permanente
-humildad, sin la soberbia de creerse "católico comprometido".

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