jueves, 1 de octubre de 2009

Año sacerdotal. El carácter que imprime


El “carácter” es un sello, una gracia, un don, que imprime el Sacramento del Orden en el alma del ministro ordenado. Este carácter sacramental por unos fue negado y otros lo reinterpretaron de tal forma que era equiparable (y similar) al carácter bautismal. Si se niega el “carácter”, el sacerdocio se reduce a una función; si se equipara al “carácter bautismal”, no existe diferencia entre sacerdote y laico produciéndose una “laicización” del sacerdote (y, por ende, una clericalización del laico); carece de sentido la entrega para siempre y se plantea un “sacerdocio ad tempus”, y tampoco hay cabida para el celibato que se mira como un lastre cuando el sacerdote “sólo” es un delegado de y para la comunidad y podría serlo igualmente estando casado.

El “carácter sacramental” da la clave de comprensión sacramental del sacerdocio. “El sacerdocio del que participamos por medio del Sacramento del Orden, que ha sido “impreso” para siempre en nuestras almas mediante un signo especial de Dios, es decir, el “carácter”, está relacionado explícitamente con el sacerdocio común de los fieles, esto es, de todos los bautizados y, al mismo tiempo se diferencia de éste, “esencialmente y no sólo en grado”” (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, n. 3), citando a continuación el texto íntegro de LG 10.

¿Qué consecuencias se derivan del carácter?
¿Cómo se relacionan el sacerdocio ministerial y el bautismal?

Es verdad que ambos, ministerial y bautismal, están relacionados si bien hay diferencia no sólo de grado sino también de esencia. Ambos brotan del único sacerdocio de Cristo. Entre ellos no puede existir oposición ni rivalidad. El sacramento del Orden confiere una gracia peculiar y específica de manera que el sacerdocio ministerial está en función y al servicio del sacerdocio bautismal, “ayuda a los fieles a ser conscientes de su sacerdocio común y a actualizarlo: les recuerda que son Pueblo de Dios y los capacita para “ofrecer sacrificios espirituales”, mediante los cuales Cristo mismo hace de nosotros don eterno del Padre” (Id., n. 4).

Este sacerdocio ministerial es llamado “jerárquico” en razón de su misión de servicio a la comunidad eclesial: “es sacerdocio “Jerárquico” y al mismo tiempo “ministerial”. Constituye un ministerium particular, es decir, es “servicio” respecto a la comunidad de los creyentes. Sin embargo no tiene su origen en esta comunidad como si fuera ella la que “llama” o “delega”. Este es en efecto, don para la comunidad y procede de Cristo mismo, de la plenitud de su sacerdocio” (Id., n. 4) y es jerárquico pues está relacionado con la potestad de formar y dirigir el pueblo sacerdotal y unirlo a Cristo mediante la Oblación eucarística ofrecida “in persona Christi”.

A esta realidad corresponde una vivencia y actitud espirituales. La espiritualidad sacerdotal orienta la forma de vivir estas realidades en correspondencia con la gracia recibida en el Orden.

“El sacerdocio requiere una peculiar integridad de vida y de servicio, y precisamente esta integridad conviene profundamente a nuestra identidad sacerdotal. En ella se expresa al mismo tiempo, la grandeza de nuestra dignidad y la “disponibilidad” adecuada a la misma: se trata de humilde prontitud para aceptar los dones del Espíritu Santo y para dar generosamente a los demás los frutos del amor y de la paz, para darles la certeza de la fe, de la que derivan la comprensión profunda del sentido de la existencia humana y la capacidad de introducir el orden moral en la vida de los individuos y en los ambientes humanos” (Id., n. 4).

El carácter es la gracia conferida, el tesoro y fuego vivo en el alma sacerdotal: Cristo para siempre lo ha sellado con el Espíritu Santo y lo ha capacitado para ser Cristo mismo, para que Cristo tome posesión por completo de sus sacerdotes.

Oremos pues: "Guarda a los sacerdotes y ministros de la Iglesia, y haz que, después de predicar a los otros, sean hallados fieles, ellos también, en tu servicio" (Preces Vísp., Lunes IV).

2 comentarios:

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  2. santo eres a ti tu nases en nuestros corazones

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