lunes, 21 de septiembre de 2009

De liquidador de impuestos a hombre libre: ¡San Mateo apóstol!


Un relato fresco, ágil, sin disgresiones, con la fuerza de la misma Persona de Cristo, siempre seductor, con una autoridad distinta y nueva: el relato de la llamada a Leví, para convertirlo en el apóstol Mateo.

Pasó Jesús junto al mostrador del cobro de impuestos. Mira a Mateo y basta una sola palabra: “Sígueme” para que Mateo obedezca al instante, sin demora, sin titubeos, sin cálculos para medir el compromiso y poner un límite. Nada: sólo disponibilidad, sólo obediencia inmediata, sólo alegría por el encuentro, el encuentro definitivo, único, que marca a fuego la vida de Mateo. Mateo no hace componendas humanas para intentar compaginar su oficio de cobrador de impuestos y el seguimiento a Cristo; no hace cálculos para unir el servicio a Dios y al dinero; Mateo se entrega y lo hace por completo, arriesgándose generosamente: ¡el Señor resultará el mejor pagador! Tampoco tiene Cristo que empezar a convencer y razonar con Mateo para lograr su adhesión: ¡cuánto tiempo perdido a veces, intentando convencer y cuántas resistencias en tantos católicos para vivir su fe más entregada, más radical o más comprometida! En ocasiones, si a alguien se le llama a algún servicio, o apostolado, o misión, parece que hay que convencerle ofreciendo mil argumentos razonables y rebatiendo las respuestas de comodidad para no comprometerse... cuando lo que hay es pereza y falta de amor a Cristo. A Mateo no necesitó Cristo convencerlo, no hubo necesidad de nada, tan sólo de la Presencia de Cristo: ¡Sígueme!

Viendo este encuentro no podemos menos que admirarnos. ¿Qué tendría la Persona de Cristo que fascinaba de esa forma? ¿Su mirada, su voz, su forma de dirigirse a alguien amándole? ¡Era la Presencia que revelaba el amor de Dios! ¡Era la certeza misma que se imponía, que correspondía a la sed del corazón de Mateo, al deseo de felicidad y plenitud de todo hombre! Mateo se sintió amado y acogido por Cristo, Mateo sintió cómo Cristo leía en su corazón y lo recibía. Cristo era lo que Mateo en el fondo buscaba y necesitaba, Cristo era la respuesta a todo. ¡A nadie había visto, ni escuchado, ni conocido como aquél hombre, Jesucristo, que pasó junto a la mesa de los impuestos! Aquel encuentro determinó para siempre la vida de Mateo llenándola de sentido, de gozo, y cuántas veces no volvería Mateo con su memoria a aquel momento de gracia que fue el Acontecimiento definitivo de su existencia.

Cristo pronuncia la palabra exigente y tierna a la vez, “Sígueme”, y al mismo tiempo, invisiblemente, toca el corazón de Mateo para suscitar la respuesta. “Es que el Señor que lo llamaba por fuera con su voz, lo iluminaba de un modo interior e invisible para que lo siguiera, infundiendo en su mente la luz de la gracia espiritual, para que comprendiese que aquel que aquí en la tierra lo invitaba a dejar sus negocios temporales era capaz de darle en el cielo un tesoro incorruptible” (Beda el Venerable, Homilía 21).

Para poder seguir a Cristo, Mateo ha de renunciar a una posición económica muy solvente. El dinero no puede ser jamás un ídolo que aprisione el corazón, ni un obstáculo para la libertad, ni un impedimento para la fe. Todo ha de subordinarse a Cristo. No estaba Mateo cobrando unos módicos aranceles por unos impresos oficiales, sellados y anotados, ni un liquidador de impuestos ajustándose a unas tasas. Era publicano. Un publicano era un colaborador del estado, en este caso, el Imperio romano, cobrador de impuestos de quien había subyugado a Israel, por lo que estaba muy mal visto entre sus compatriotas. “Reyes y gobernadores explotaban a sus súbditos y en las guerras e invasiones el saqueo era norma común. Y aún peor que los mismos impuestos, resultaba lamentable el modo de obtenerlos. El estado, en lugar de recaudarlos con administradores propios, arrendaba el cobro a ricos personajes que pagaban al estado una cantidad fija y luego se encargaban de sacar a la población todo lo que podían, reclamando cantidades mucho mayores de las realmente establecidas” (MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio..., Vol. I, p. 50). Ésta era la función de Mateo-Leví: “practicaba el más sucio de los oficios, el de publicano, que no suponía sólo sacar dinero a sus compatriotas –y con no poca usura- sino que incluía, sobre todo, el haberse vendido a los paganos y ayudar a llenar las arcas romanas con el sudor del pueblo elegido. Es fácil imaginar la repulsión con que los demás apóstoles –fanáticos patriotas- recibieron a este traidor a sus ideas más sagradas” (Id., p. 266).

Nada le fue obstáculo a Mateo para seguir a Cristo, nada antepuso al amor de Jesucristo. ¡En Cristo lo halló todo, en Cristo lo poseía todo, en Cristo su vida descubrió la mayor riqueza y nada le importaba ya!

Así nosotros pedimos hoy con humildad en la oración colecta que “podamos seguirte siempre”, nada nos retenga, nadie nos lo impida, ningún obstáculo se interponga, “y permanecer unidos a ti con fidelidad”, sin cansarnos, ni desilusionarnos, sin poner expectativas humanas que nos defrauden.

2 comentarios:

  1. Pedro Arroyo Gómez21 septiembre, 2009 20:44

    Que ejemplo nos da San Mateo a los que seguimos atados a las cosas de este mundo.
    El lo dejó todo por seguir a Cristo, nada antepuso a ese amor.
    Hoy mas que nunca, pido a Dios, que los problemas que nos atenazan día a día, no distraigan ese seguimiento al amor de Dios.
    Cuando todo nos defraude siempre tendremos la respuesta de Cristo.
    ¡Tengo que creerlo!

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  2. ¡Qué grande es la fuerza de la gracia de Dios! Incluso arrastra a un liquidador de impuestos al seguimiento de Cristo.
    ¡Cómo debió de ser para San Mateo el encuentro con el Misterio para que abandonara aquel empleo tan bien remunerado por el seguimiento radical de Jesucristo! Él es, efectivamente, la única respuesta.

    FIL

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