jueves, 13 de agosto de 2009

Edith Stein, Educar eucarísticamente (II)


Leer es cuestionarse, y por tanto, aprender para crecer y progresar en la vida cristiana. Edith Stein nos puede cuestionar nuestra vivencia eucarística. ¿Es diaria? ¿Acudimos al Sagrario y tratamos todo lo nuestro con Cristo?

“¿Qué es lo propio de una vida eucarística?

Vivir eucarísticamente consiste en dejar que las verdades eucarísticas actúan eficazmente. Esencialmente se trata de tres sencillas verdades de la fe: 1ª. El Salvador está presente en el Santísimo Sacramento; 2ª. Él renueva diariamente su sacrificio de cruz en el altar; 3ª. Él quiere unir íntimamente consigo cada alma particular en la santa comunión. A continuación nos preguntamos:

1. ¿Qué exigen de nosotras las verdades eucarísticas?

La delicia del Salvador consiste en estar entre los hijos de los hombres, y Él ha prometido permanecer entre nosotros hasta el fin del mundo. Él ha cumplido esta promesa a través de su presencia sacramental en el Altar. Ahí nos espera, y por eso podríamos pensar que los hombres tendrían que apiñarse voluntariamente en estos lugares consagrados. El sencillo significado de esta verdad de fe requiere de nosotras el que aquí tengamos nuestro hogar, y que nos alejemos sólo en la medida en que nuestras actividades lo exijan, actividades que tendríamos que poner diariamente en las manos del Salvador eucarístico y poniendo en sus manos el trabajo realizado.

El Salvador murió en el Calvario por nosotros. Pero a Él no le basta con esta entrega para completar de una vez para siempre su redención en nosotros. Él quiere ofrecer a cada uno personalmente los frutos de su obra. Por eso renueva diariamente el sacrificio en el Altar, y todo aquel que con corazón creyente participa, es purificado en la sangre del Cordero y renovado espiritualmente. La Santa Misa está ahí para alimentar a los hombres, que les sea posible estar presentes, con la abundancia de la gracia que pueda ser alcanzada, es decir, hacerla fructífera para sí y para los demás. Quien pudiera estar presente y no lo está, pasa con frío corazón ante la cruz del Señor pisoteando su gracia. El Salvador nos ofrece los frutos de su sacrificio no sólo en el Altar. Él quiere venir a cada uno: alimentarnos como una madre a su hijo, con su carne y su sangre; entrar en nosotros para que nos introduzcamos totalmente en Él, y crecer en Él como miembros de su Cuerpo. Cuanto más a menudo se realice la unión, más intensa e íntima se realizará. ¿Es comprensible que alguien se prive de este signo extraordinario del amor divino, incluso sólo una vez menos de los que le sea posible? Es esto, en definitiva, lo que una justa comprensión de las verdades eucarísticas exige de nosotros: buscar al Salvador en el Tabernáculo tan menudo como sea posible, participar en el Santo Sacrificio tan a menudo como se pueda, y recibir la comunión tantas veces como sea posible”.


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