miércoles, 5 de agosto de 2009

Adoración al Santísimo (II)


Siguiendo con la enseñanza que Juan Pablo II escribía en un Mensaje, percibimos nuevos rasgos de la grandeza de la adoración al Santísimo. Está vinculada a la intimidad con el Corazón de Cristo, a una conversación con el Señor en clima de amistad, a un crecimiento constante en el conocimiento de Cristo. ¿Se puede conocer a una persona sin apenas tener trato con ella? ¡Para conocer a Cristo es imprescindible el trato personal con Él en la adoración! Descartemos un error frecuente: el intimismo; la adoración al Santísimo no es intimista, por el contrario, es apostólica porque genera apóstoles en medio del mundo con el amor de Cristo.

"5. Es importante conversar con Cristo, e, inclinados sobre el pecho de Jesús, como el discípulo amado, puede tocarnos el amor infinito de su corazón. Aprendemos a conocer más profundamente a aquel que se entregó totalmente, en los diferentes misterios de su vida divina y humana, a fin de que nos convirtiéramos en sus discípulos y entráramos, también nosotros, en ese gran movimiento de entrega, para la gloria de Dios y la salvación del mundo. “Seguir a Cristo no es una imitación exterior, porque afecta al hombre en su interioridad más profunda” (VS 21). Estamos llamados a imitar su ejemplo para configurarnos poco a poco con él, permitir que el Espíritu actúe en nosotros y realizar la misión que se nos ha confiado. En particular, el amor de Cristo nos impulsa a trabajar incesantemente por la unidad de su Iglesia, por el anuncio del Evangelio hasta los confines de la tierra y por el servicio a los hombres; “un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Co 10,17): ésta es la buena nueva que alegra el corazón del hombre y le hace ver que está llamado a tomar parte en la vida bienaventurada con Dios. El misterio eucarístico es la fuente, el centro y la cumbre de la actividad espiritual y caritativa de la Iglesia (cf. PO 6).

La intimidad con Cristo, en el silencio de la contemplación, no nos aleja de nuestros contemporáneos sino que por el contrario nos hace estar más atentos y abiertos a las alegrías y tristezas de los hombres y ensancha el corazón conforme a las dimensiones del mundo. Nos hace solidarios con nuestros hermanos en la Humanidad, particularmente con los más pequeños, que son los predilectos del Señor. Mediante la adoración el cristiano contribuye misteriosamente a la transformación radical del mundo y a la difusión del Evangelio. Toda persona que ora al Salvador arrastra consigo al mundo entero y lo eleva a Dios. Por eso, quienes están ante el Señor prestan un servicio eminente, presentan a Cristo a todos aquellos que no lo conocen o que están lejos de él; velan ante él, en su nombre.


(Mensaje de Juan Pablo II a monseñor Albert Houssiau, obispo de Lieja, en el 750 aniversario de la fiesta del Corpus Christi, 28-5-1996, n. 5).

Ante esto, tan bellamente escrito, la respuesta debiera ser la de convertirnos en apóstoles de la Eucaristía, en personas profundamente orantes y contemplativas en medio del mundo reservando tiempos amplios de adoración al Santísimo... y realizar esta misma dinámica en nuestras parroquias, comunidades y Monasterios. ¡Manos a la obra!

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